Biblia Sagrada

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**La Sabiduría y la Mujer Extraña: Una Historia Basada en Proverbios 5**

En los días del rey Salomón, cuando la sabiduría fluía como un río en las calles de Jerusalén, había un joven llamado Eliab. Era hijo de un comerciante próspero y había crecido bajo las enseñanzas de los sabios, escuchando las palabras de su padre que le repetía: *»Hijo mío, atiende a mi sabiduría, inclina tu oído a mi inteligencia, para que guardes discreción y tus labios conserven el conocimiento»* (Proverbios 5:1-2).

Eliab, aunque conocía los preceptos del Señor, comenzó a sentirse atraído por los placeres que la ciudad ofrecía. Sus amigos, hombres que buscaban sólo la satisfacción inmediata, lo incitaban a explorar los rincones oscuros de Jerusalén, donde el vino corría en abundancia y las risas de mujeres ajenas resonaban en las calles estrechas.

Una tarde, mientras caminaba cerca de la plaza del mercado, sus ojos se posaron en una mujer cuya belleza era como la luna llena sobre el desierto: radiante, pero fría. Sus vestidos eran finos, adornados con hilos de oro, y sus palabras, suaves como miel. *»Porque los labios de la mujer extraña destilan miel, y su paladar es más suave que el aceite»* (Proverbios 5:3).

—¿Por qué caminas solo, joven? —le preguntó la mujer, acercándose con gracia.

Eliab sintió que su corazón latía con fuerza. La voz de ella era melodiosa, y sus ojos brillaban con una promesa de placer.

—No hay necesidad de seguir el camino de los justos cuando la vida ofrece tantos deleites —susurró ella, tomándolo de la mano.

Por un momento, Eliab olvidó las advertencias de su padre. Pero en lo más profundo de su alma, una voz le recordaba: *»Mas al fin, ella es amarga como el ajenjo, aguda como espada de dos filos»* (Proverbios 5:4).

Sin embargo, la tentación era fuerte. La mujer lo guió hacia una casa adornada con cortinas carmesí, donde el aroma de perfumes exóticos llenaba el aire. Las risas y la música ahogaban cualquier pensamiento de rectitud. Pero justo cuando Eliab estaba a punto de cruzar el umbral, escuchó el eco de una voz anciana.

—¡Eliab! —gritó un hombre encorvado, apoyado en un bastón. Era Natán, un viejo amigo de su padre.

El joven se detuvo, confundido.

—¿No sabes que al final, sus pies descienden a la muerte, y sus pasos conducen al Seol? —le advirtió Natán con firmeza—. *»Sus caminos son inestables, no los conoces»* (Proverbios 5:6).

Eliab miró hacia atrás, hacia la mujer que lo esperaba con una sonrisa seductora, y luego a Natán, cuyos ojos reflejaban preocupación genuina. En ese momento, recordó las palabras de su padre: *»Ahora pues, hijo mío, escúchame y no te apartes de las razones de mi boca. Aléjate de ella, y no te acerques a la puerta de su casa»* (Proverbios 5:7-8).

Con un temblor en las manos, Eliab se apartó de la mujer y siguió a Natán.

—Gracias, anciano —murmuró, sintiendo el peso de su error.

Natán asintió.

—La sabiduría no solo está en escuchar, sino en obedecer. *»Bebe el agua de tu propia cisterna, y los raudales de tu propio pozo»* (Proverbios 5:15). No entregues tu honor a los extraños, ni tu dignidad a los crueles.

A partir de ese día, Eliab comprendió que el verdadero gozo no estaba en los placeres efímeros, sino en el temor del Señor. Años más tarde, cuando tomó por esposa a una mujer virtuosa, recordaba siempre la lección aprendida: *»Que tus manantiales se derramen por las calles, y tus corrientes de agua por las plazas. Sé para ti solo, y no para los extraños»* (Proverbios 5:16-17).

Y así, caminando en la senda de la sabiduría, Eliab halló bendición, porque *»los caminos del hombre están ante los ojos de Jehová, y él considera todas sus veredas»* (Proverbios 5:21).

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