Biblia Sagrada

El Rico y el Vacío del Corazón (99 caracteres)

**El Hombre Rico y el Vacío del Corazón**

Había una vez en la antigua ciudad de Jerusalén un hombre llamado Nabal, cuyo nombre significaba «necio», aunque en su vida parecía todo lo contrario. Era un hombre sumamente rico, dueño de vastos campos, rebaños incontables y sirvientes que atendían sus necesidades. Sus almacenes rebosaban de trigo y vino, y su mesa estaba siempre llena de los manjares más exquisitos. Las personas del pueblo lo miraban con admiración, pensando que su vida era bendecida por Dios.

Pero Nabal, aunque tenía todo lo que un hombre podía desear, llevaba en su corazón un vacío que ninguna riqueza podía llenar. Por las noches, cuando las estrellas brillaban sobre su mansión, se sentaba en su lecho de marfil y se preguntaba: *»¿Para qué tanto esfuerzo? ¿De qué me sirve todo esto si no encuentro satisfacción?»*

Un día, mientras caminaba por sus tierras, vio a un anciano sentado bajo un olivo, un hombre sabio que había viajado por muchas tierras y conocido los secretos de la vida. Nabal se acercó a él y le dijo:

—Dime, anciano, ¿por qué a pesar de tenerlo todo, siento que no tengo nada?

El sabio miró al rico con ojos profundos y respondió:

—Hay algo que has olvidado, hijo mío. El Eterno no solo te ha dado bienes, sino también días para disfrutarlos. Pero si tu corazón no está en paz, si no reconoces que todo viene de Su mano, ¿de qué te sirven tus riquezas? Un hombre puede vivir muchos años y acumular fortuna, pero si no encuentra gozo en lo que hace, es como si nunca hubiera nacido.

Nabal frunció el ceño.

—Pero yo he trabajado duro. He construido mi riqueza con mis propias manos.

El anciano asintió lentamente.

—Y sin embargo, ¿quién garantiza que otro no disfrutará de lo que tú has acumulado? Puedes llenar tu casa de oro, pero si no hay contentamiento, todo es vanidad.

Esas palabras resonaron en el corazón de Nabal como un trueno en el desierto. Recordó las palabras del Predicador, el hijo de David, que había escrito: *»Hay un mal que he visto debajo del sol, y es común entre los hombres: un hombre a quien Dios le da riquezas, bienes y honores, de modo que nada le falta de todo lo que desea; pero Dios no le da poder para comer de ello, sino que un extraño lo devora. Esto es vanidad y mal penoso.»* (Eclesiastés 6:1-2).

Aquel día, Nabal comprendió que su error no estaba en lo que tenía, sino en lo que no tenía: gratitud. Había acumulado tesoros en la tierra, pero no en el cielo. Había buscado llenar su alma con cosas pasajeras, en lugar de buscar al Dios eterno.

Con el tiempo, Nabal comenzó a cambiar. Repartió parte de sus riquezas entre los pobres, compartió su pan con los hambrientos y, sobre todo, aprendió a alabar a Dios en cada amanecer. Y aunque sus posesiones no aumentaron, algo más valioso creció en él: paz.

Porque al fin entendió que sin el favor del Altísimo, toda riqueza es como el humo que se desvanece en el viento.

**Moraleja:** *»¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?»* (Marcos 8:36). Las bendiciones terrenales son buenas, pero solo tienen verdadero valor cuando se reciben con un corazón agradecido y se usan para la gloria de Dios.

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