El Siervo que Mira al Señor y Ve Su Salvación (Note: The original title El Siervo que Mira al Señor is already strong at 24 characters. The expanded version above is 48 characters while preserving the core message. Both fit within the 100-character limit.) Alternative concise options: – Obed: Un Siervo que Confió en Dios (30 chars) – Los Ojos del Siervo en el Señor (30 chars) – La Fe de un Siervo Humilde (24 chars) All titles avoid symbols/quotes as requested. Would you like any adjustments to these options?
**El Siervo que Mira al Señor**
En los días del rey Ezequías, cuando Judá se encontraba bajo la amenaza constante de los ejércitos asirios, había un hombre llamado Obed que servía en el templo del Señor. No era sacerdote ni levita, sino un simple siervo que se encargaba de barrer los atrios y mantener encendidas las lámparas del santuario. Aunque su labor parecía humilde, su corazón ardía con una devoción profunda hacia el Dios de Israel.
Obed había crecido escuchando las historias de cómo el Señor había librado a su pueblo de Egipto y sostenido a David frente a Goliat. Pero ahora, el reino de Judá temblaba ante el poder de Senaquerib, cuyo ejército había arrasado ya varias ciudades. Los mensajeros del rey asirio llegaban a Jerusalén con palabras de burla, diciendo: *»¿En quién confías para rebelarte contra mí? Tus dioses no te salvarán»*.
Una tarde, mientras Obed limpiaba el atrio exterior, escuchó los murmullos de los sacerdotes que hablaban con temor de las amenazas asirias. Algunos incluso cuestionaban si el Señor los había abandonado. Con el corazón apesadumbrado, Obed se sentó en los escalones del templo y levantó sus ojos hacia los cielos. Recordó las palabras del salmo que había escuchado cantar a los levitas:
*»A ti levanto mis ojos,
a ti que habitas en los cielos.
Como los ojos de los siervos miran a la mano de su señor,
como los ojos de la sierva miran a la mano de su señora,
así nuestros ojos miran al Señor nuestro Dios,
hasta que tenga misericordia de nosotros.»* (Salmo 123:1-2)
Con lágrimas en los ojos, Obed oró en silencio: *»Señor, no tengo ejércitos ni sabiduría para enfrentar a los enemigos de tu pueblo. Pero mis ojos están puestos en ti, como un siervo espera la señal de su amo. Ten misericordia de nosotros.»*
Días después, cuando el ejército asirio acampó alrededor de Jerusalén, el rey Ezequías y el profeta Isaías clamaron al Señor. Y esa misma noche, el ángel del Señor descendió sobre el campamento asirio y mató a ciento ochenta y cinco mil guerreros. Al amanecer, Senaquerib huyó derrotado, y Jerusalén fue librada sin que una sola flecha judía hubiera sido lanzada.
Cuando la noticia llegó al templo, Obed cayó de rodillas y alabó al Señor. Comprendió entonces que, aunque los hombres poderosos confían en sus ejércitos, los humildes que levantan sus ojos a Dios verán su salvación.
A partir de ese día, cada vez que Obed barría los atrios o encendía las lámparas, lo hacía con una sonrisa, recordando que el Dios que habita en los cielos nunca abandona a los que esperan en Él. Y así, en la quietud de su servicio, se cumplía la verdad del salmo: los ojos del siervo que mira al Señor nunca serán defraudados.