Biblia Sagrada

La Sabiduría de Elifaz: Confianza en Dios en la Prueba (99 caracteres)

**La Sabiduría de Elifaz: Un Llamado a la Confianza en Dios**

El sol apenas comenzaba a ascender sobre las vastas llanuras de Uz, tiñendo el cielo de tonos dorados y púrpuras. Job, sentado entre las cenizas, rascaba sus llagas con un trozo de alfarería mientras sus pensamientos se hundían en la desesperación. A su lado, sus tres amigos guardaban silencio, pero Elifaz, el temanita, hombre de años y experiencia, sintió que era momento de hablar. Con voz grave pero llena de convicción, comenzó a exponer la sabiduría que había acumulado a lo largo de su vida, basándose en las verdades eternas de Dios.

«Job, amigo mío,» comenzó Elifaz, «¿has visto acaso a algún hombre sabio que, en su angustia, haya clamado a los santos o a los ángeles en lugar de volverse al Todopoderoso? El insensato, como planta arraigada en tierra seca, de repente ve cómo sus hijos son arrebatados, sin que haya quien los defienda. Sus cosechas, aunque abundantes, son consumidas por el hambriento, y sus riquezas desaparecen como el agua entre los dedos.»

El viento susurraba entre los árboles cercanos, como si la creación misma escuchara las palabras de Elifaz. Él continuó, señalando hacia el horizonte, donde las nubes se acumulaban en la distancia. «La aflicción no brota del polvo, ni la adversidad nace de la tierra. El hombre, por su propia necedad, se atrae el dolor, como las chispas vuelan hacia el cielo.»

Job escuchaba en silencio, aunque sus ojos reflejaban una mezcla de dolor y escepticismo. Elifaz, percibiendo su resistencia, bajó la voz pero no su convicción. «Sin embargo, yo buscaría a Dios. A Él encomendaría mi causa. Él hace cosas grandes e inescrutables, maravillas sin número. Da la lluvia sobre la tierra y envía las aguas sobre los campos. Él levanta a los humildes y salva a los abatidos. Frustra los planes de los astutos para que sus manos no logren sus maquinaciones.»

Un pájaro solitario cruzó el cielo, y Elifaz lo señaló. «Mira las aves del cielo, Job. No siembran, ni cosechan, pero Dios las sustenta. ¿Cuánto más cuidará de ti, que eres hecho a Su imagen? Él protege al justo, de modo que la lengua del calumniador no prevalecerá contra él. En la hambruna, te rescatará de la muerte; en la guerra, del filo de la espada.»

Elifaz hizo una pausa, dejando que sus palabras resonaran en el corazón de Job. «He aquí, bienaventurado es el hombre a quien Dios corrige. No rechaces, pues, la disciplina del Todopoderoso. Él hiere, pero venda la herida; aflige, pero sus manos también sanan. De seis tribulaciones te librará, y en la séptima, el mal no te tocará.»

El sol ahora brillaba en todo su esplendor, iluminando el rostro de Job, marcado por el sufrimiento. Elifaz concluyó con firmeza: «En la vejez morirás en plenitud, como se recoge el trigo maduro a su tiempo. Esto lo hemos escudriñado, y así es. Escúchalo, Job, y aplícalo a tu vida.»

El silencio se extendió entre ellos. Job respiró profundamente, pero no respondió de inmediato. Las palabras de Elifaz, aunque duras, estaban llenas de una verdad inquebrantable: Dios es soberano, justo y misericordioso, incluso cuando el sufrimiento parece no tener sentido.

El viento siguió su curso, llevando consigo el eco de las promesas divinas, mientras Job meditaba en si acaso su aflicción era, en realidad, un llamado a confiar más profundamente en Aquel que lo había creado.

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