**La Restauración de Israel: Una Historia Basada en Oseas 14**
El sol se alzaba sobre las colinas de Samaria, bañando los valles con una luz dorada que parecía prometer un nuevo comienzo. Pero el pueblo de Israel, aunque habitaba en una tierra fértil y bendecida, había caído en la idolatría y el pecado. Sus corazones, endurecidos por la rebelión, se habían alejado del Señor, buscando refugio en dioses falsos y en alianzas con naciones paganas.
El profeta Oseas, cuyo nombre significaba «salvación», llevaba años anunciando el juicio de Dios, pero también su misericordia. Su vida misma había sido un reflejo del amor fiel de Jehová hacia su pueblo, incluso cuando Israel se prostituía espiritualmentе con Baal y Asera. Ahora, en el capítulo catorce de su profecía, Oseas reunió a los ancianos y al pueblo en las afueras de la ciudad, donde los olivos susurraban con la brisa.
«Hijos de Israel,» comenzó Oseas con voz firme pero llena de compasión, «el Señor los llama al arrepentimiento. Han caído por su iniquidad, pero Él no los ha abandonado. Escuchen la palabra del Señor: *‘Vuelve, oh Israel, a Jehová tu Dios, porque por tu pecado has caído.’*»
Los rostros de algunos se humillaron, recordando cómo habían ofrecido sacrificios a los becerros de oro en Betel y Dan, cómo habían confiado en los ejércitos de Asiria en lugar de en el Dios que los había liberado de Egipto. Un hombre anciano, con lágrimas en los ojos, cayó de rodillas. «Hemos pecado,» murmuró.
Oseas continuó: «El Señor les dice: *‘Tomen con ustedes palabras de arrepentimiento y vuélvanse a Jehová. Díganle: «Perdona toda nuestra iniquidad, acepta el bien que te ofrecemos, y en lugar de toros te presentaremos los frutos de nuestros labios.»’*»
La multitud guardó silencio, meditando en esas palabras. No eran los sacrificios de animales lo que Dios deseaba, sino corazones quebrantados, palabras sinceras de arrepentimiento. Una mujer joven, que había perdido a su hijo debido a la guerra y el hambre que vinieron como consecuencia del pecado de la nación, levantó sus manos al cielo. «¡Señor, ten piedad de nosotros!» clamó.
Oseas, inspirado por el Espíritu de Dios, anunció entonces la promesa divina: *»Yo los sanaré de su rebelión, los amaré de pura gracia, porque mi ira se apartó de ellos. Seré para Israel como rocío; florecerá como lirio y extenderá sus raíces como los cedros del Líbano.»*
La imagen del rocío, que en medio del desierto traía vida a las plantas resecas, conmovió a los presentes. Dios no solo perdonaría, sino que restauraría. Un agricultor, acostumbrado a ver la tierra seca por la sequía, sonrió al imaginar los campos reverdeciendo bajo la bendición divina.
*»Se extenderán sus ramas,»* continuó Oseas, *»su esplendor será como el del olivo y su fragancia como la del Líbano. Volverán los que moraban a su sombra; revivirán como el trigo y florecerán como la vid. Su renombre será como el vino del Líbano.»*
Era una promesa de prosperidad, pero no solo material. Era una restauración completa: espiritual, emocional y nacional. Israel, que había sido como una vid infructuosa, daría fruto otra vez.
Oseas concluyó con una advertencia y una invitación: *»Efraín, ¿qué tengo ya que ver con los ídolos? Yo lo he escuchado y lo he mirado; yo soy como un abeto verde; de mí será hallado tu fruto.»*
El pueblo entendió entonces que los ídolos no tenían poder, no daban vida. Solo el Señor, el Dios de sus padres, podía darles un futuro. Uno a uno, comenzaron a postrarse, clamando por perdón, renunciando a sus falsos dioses.
Y así, bajo el cielo abierto de Samaria, Israel tomó la decisión de volver. No sería un cambio instantáneo, pero la semilla del arrepentimiento había sido sembrada. Y Dios, fiel a su promesa, los esperaba con los brazos abiertos, listo para sanar, restaurar y hacer florecer su pueblo una vez más.
**Fin.**