Biblia Sagrada

Here’s a concise and impactful title within the character limit: **El Insensato y el Juicio de Dios** (99 characters, no symbols or quotes, and captures the core theme of the story.)

**El Insensato y la Bondad de Dios**

En los días antiguos, cuando las tribus de Israel aún se establecían en la tierra prometida, había un pueblo escondido entre los valles de Judá donde la maldad se había arraigado como una vid silvestre. Sus habitantes, aunque conocían las leyes del Señor, habían endurecido sus corazones. En las plazas, los mercaderes engañaban a los pobres con pesas falsas; en las calles, los fuertes oprimían a los débiles, y en las casas, los padres enseñaban a sus hijos el camino de la codicia en lugar del temor de Dios.

Uno de ellos, un hombre llamado Nabal, era conocido por su arrogancia. «No hay Dios», murmuraba entre dientes mientras contaba sus riquezas, acumuladas a costa del sufrimiento de otros. Sus vecinos, aunque no lo decían abiertamente, vivían como si el Altísimo no los viera. «El Señor no actúa—pensaban—, ¿quién nos pedirá cuentas?» Así corrompieron sus obras, volviéndose amargos como la hiel y torcidos como sendas desviadas.

Pero en las colinas cercanas, un joven pastor llamado Elí cuidaba su rebaño con manos fieles. Cada noche, al mirar las estrellas, recordaba las palabras de su padre: «El necio dice en su corazón que no hay Dios, pero el Señor observa desde los cielos». Una tarde, mientras guiaba sus ovejas a un manantial, escuchó gritos provenientes del pueblo. Al acercarse, vio a un grupo de hombres arrastrando a una viuda y a sus hijos para quitarles su pequeña heredad. El corazón de Elí se estremeció, pero no tenía espada para defenderlos.

Esa misma noche, cayó de rodillas y clamó: «¡Oh Dios, mira desde tu morada! ¿Acabarás con los impíos que devoran a tu pueblo como pan?» No sabía que, mientras oraba, un ángel del Señor ya cabalgaba hacia el pueblo con un mensaje de juicio.

Al amanecer, un viento furioso azotó las casas de los malvados. Las puertas se sacudieron como si manos invisibles las golpearan, y un silencio sobrenatural cubrió las calles. Nabal, despertando sobresaltado, corrió hacia su ventana y vio una figura vestida de blanco frente a su casa. «¿Dónde está tu sabiduría ahora, insensato?», dijo la voz, no con ira, sino con una tristeza infinita. Antes de que Nabal pudiera responder, un dolor agudo atravesó su pecho, y cayó muerto.

El pueblo, al ver lo sucedido, tembló. Algunos cayeron rostro en tierra, arrepentidos; otros huyeron al desierto, pero ya no había lugar para esconderse del que todo lo ve.

Días después, Elí bajó al pueblo y encontró a la viuda y a sus hijos sentados bajo una higuera, compartiendo pan con otros pobres que antes habían sido despreciados. «El Señor escuchó», susurró la mujer con lágrimas en los ojos. Elí asintió, recordando las palabras del salmo: *»Dios está en la generación de los justos. Vosotros frustráis el consejo de los pobres, pero el Señor es su refugio»*.

Y así, en medio de la ruina de los soberbios, floreció la esperanza, porque el Altísimo no abandona a los que buscan su rostro.

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