Biblia Sagrada

El Rey Ezequías Restaura el Templo de Dios

**El Rey Ezequías y la Restauración del Templo**

En los días en que Ezequías, hijo de Acaz, ascendió al trono de Judá, el reino se encontraba sumido en la desolación espiritual. Su padre, Acaz, había cerrado las puertas del templo del Señor, había extinguido las lámparas sagradas y permitido que la idolatría se extendiera como maleza en un campo fértil. Pero Ezequías, un hombre recto delante de los ojos de Dios, decidió en su corazón cambiar el destino de su pueblo.

**La Decisión del Rey**

En el primer mes de su reinado, Ezequías convocó a los sacerdotes y levitas en el atrio del templo, cuyos umbrales estaban cubiertos de polvo y sus altares profanados por años de negligencia. Con voz firme, el rey proclamó:

—¡Escúchenme, levitas! Santifíquense ahora y santifiquen la casa del Señor, el Dios de nuestros padres. Saquen toda la inmundicia del lugar santo, porque nuestros padres han pecado y han abandonado al Señor. Han vuelto sus rostros lejos de su morada y le han dado la espalda.

Los levitas, conmovidos por las palabras del rey, se apresuraron a obedecer. Entre ellos estaban Mahat, hijo de Amasai, y Joel, hijo de Azarías, de los hijos de Coat; y de los hijos de Merari, Quis, hijo de Abdi, y Azarías, hijo de Jehalelel. Todos se consagraron para la gran obra que les esperaba.

**La Purificación del Templo**

Al amanecer del siguiente día, los levitas tomaron sus herramientas y comenzaron la limpieza del templo. Con cuidado, retiraron los altares paganos que Acaz había erigido en cada esquina del atrio. Las estatuas de Baal, cuyos rostros torcidos reflejaban la falsedad de sus promesas, fueron arrastradas fuera de Jerusalén y arrojadas al valle de Cedrón, donde las redujeron a polvo.

Dentro del santuario, el aire era pesado por el olor a moho y cenizas frías. Las cortinas del Lugar Santo estaban rasgadas, y el altar de los holocaustos, que alguna vez había ardido día y noche, yacía frío y abandonado. Los levitas trabajaron sin descanso durante ocho días, barriendo, lavando y santificando cada rincón. Finalmente, llegaron al Lugar Santísimo, donde solo el sumo sacerdote podía entrar. Con reverencia, limpiaron el arca del pacto y reemplazaron el velo que la cubría.

**La Consagración y los Sacrificios**

Cuando el templo estuvo purificado, Ezequías reunió a los líderes de la ciudad y anunció:

—Ahora que hemos preparado la casa del Señor, es tiempo de reconciliarnos con nuestro Dios. Traigan sacrificios y ofrendas, y celebremos una gran ceremonia de expiación por todo Judá.

Al día siguiente, los animales para el sacrificio fueron llevados al templo: toros, carneros y corderos sin defecto. Los sacerdotes, vestidos con sus túnicas de lino blanco, rociaron la sangre sobre el altar conforme a la ley de Moisés. El humo de las ofrendas ascendió hacia el cielo como aroma grato al Señor.

Mientras tanto, los levitas alababan a Dios con címbalos, arpas y liras, siguiendo las ordenanzas de David. El rey Ezequías y toda la asamblea se postraron en adoración mientras los cantores entonaban:

—¡Alaben al Señor, porque es bueno! ¡Porque su misericordia permanece para siempre!

**El Gozo de la Restauración**

El pueblo, al ver el templo restaurado y escuchar las alabanzas, se llenó de alegría. Muchos trajeron ofrendas voluntarias, y los sacerdotes tuvieron que designar más ayudantes para recibir tantas dádivas. Ezequías, con lágrimas en los ojos, declaró:

—Ahora han consagrado sus manos al Señor. Acérquense y traigan sacrificios de acción de gracias.

Y así, Judá volvió a celebrar la Pascua, algo que no se había hecho con tal devoción desde los días de Salomón. El rey y los sacerdotes intercedieron por el pueblo, y Dios, en su gran misericordia, escuchó sus oraciones.

**Conclusión**

La restauración del templo bajo el reinado de Ezequías no fue solo una reconstrucción física, sino un renacer espiritual. El pueblo recordó que el Señor es fiel a quienes lo buscan de todo corazón. Y aunque las sombras de la idolatría habían oscurecido a Judá, la luz de la obediencia volvió a brillar, guiando a la nación de vuelta a los caminos de Dios.

Así terminaron los días de purificación, y Judá respiró aliviada, sabiendo que el Dios de sus padres los había perdonado y recibido de nuevo en su gracia.

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