Biblia Sagrada

La Redención de Rut: Fidelidad y Gracia

**La Redención de Rut: Una Historia de Fidelidad y Gracia**

El sol comenzaba a ascender sobre los campos de Belén, bañando las colinas con un cálido resplandor dorado. La ciudad despertaba lentamente, y los primeros habitantes salían a las calles polvorientas para comenzar sus labores. Entre ellos, Booz, un hombre de noble corazón y gran integridad, caminaba con paso decidido hacia la puerta de la ciudad. Sabía que el día que estaba por vivir marcaría un hito no solo en su vida, sino en la historia del pueblo de Israel.

La puerta de la ciudad era el lugar donde se resolvían los asuntos legales y públicos. Allí, los ancianos y los hombres importantes se reunían para dirimir controversias, sellar acuerdos y, en casos como el de Booz, resolver cuestiones de redención y herencia. Booz se detuvo bajo la sombra de un gran terebinto, donde varios ancianos ya conversaban. Con un gesto respetuoso, les pidió atención.

—Quedaos aquí, ancianos y pueblo de Belén —dijo con voz firme pero gentil—, porque hoy hay un asunto que debe ser resuelto según la ley de Moisés.

Los hombres asintieron, intrigados. Booz sabía que debía actuar con sabiduría. Había prometido a Rut, la moabita fiel, que haría todo lo posible por redimir la tierra de su difunto esposo, Mahlón, y así asegurar un futuro para ella y para Noemí, su suegra. Pero existía un obstáculo: un pariente más cercano que él, quien tenía el primer derecho de redención.

No tardó en aparecer el hombre en cuestión, caminando con paso seguro. Booz lo llamó por su nombre y lo invitó a sentarse frente a los ancianos.

—Hermano —comenzó Booz—, Noemí, que ha vuelto de los campos de Moab, vende la parcela que pertenecía a nuestro pariente Elimelec. Tú eres el más cercano en parentesco, y según la ley, tienes el derecho de redimirla antes que yo. Si deseas hacerlo, adelante. Pero si no, házmelo saber, porque yo estoy dispuesto a seguirte en este deber.

El hombre, al escuchar que se trataba de tierra, mostró interés inmediato.

—La redimiré —respondió sin dudar.

Booz, sin embargo, no había terminado. Con calma, pero con firmeza, añadió:

—El día que compres la tierra de Noemí, también adquirirás la responsabilidad hacia Rut, la moabita, viuda de Mahlón. Según la costumbre, deberás casarte con ella para levantar descendencia a tu pariente difunto y que su nombre no se pierda en Israel.

El rostro del hombre cambió de inmediato. La tierra era una cosa, pero tomar a Rut como esposa implicaba dividir su herencia con posibles hijos que no llevarían su nombre, sino el de Mahlón. Además, Rut era extranjera, y aunque su fidelidad a Noemí y al Dios de Israel era conocida, algunos aún miraban con recelo su origen moabita.

—No puedo redimirla —dijo finalmente, quitándose la sandalia y entregándosela a Booz, según la costumbre antigua para sellar acuerdos—. Hazlo tú en mi lugar, no sea que perjudique mi propia heredad.

Booz no ocultó su satisfacción. Miró a los ancianos y al pueblo que se había congregado, y con voz clara declaró:

—Sois testigos hoy de que yo compro todo lo que fue de Elimelec, Quelión y Mahlón, de la mano de Noemí. También tomo por esposa a Rut la moabita, viuda de Mahlón, para levantar el nombre del difunto sobre su heredad, a fin de que su nombre no desaparezca de entre sus hermanos y de la puerta de su lugar. Sois testigos hoy.

El pueblo y los ancianos, conmovidos por la fidelidad de Booz y la historia de Rut, respondieron al unísono:

—¡Somos testigos! Que Jehová haga a esta mujer que entra en tu casa como a Raquel y a Lea, las cuales edificaron la casa de Israel. Sé fuerte en Efrata y hazte un nombre en Belén. Y que tu casa sea como la casa de Fares, el que Tamar dio a Judá, por la descendencia que Jehová te dé de esta joven.

Booz tomó entonces a Rut por esposa, y el Señor bendijo su unión. Con el tiempo, ella concibió y dio a luz un hijo, al que llamaron Obed. Las mujeres de Belén se reunieron alrededor de Noemí, llenas de alegría, y le dijeron:

—¡Bendito sea Jehová, que no ha dejado de darte hoy un redentor! Que su nombre sea celebrado en Israel. Y él será para ti consuelo y sustento en tu vejez, pues tu nuera, que te ama y que vale más para ti que siete hijos, lo ha dado a luz.

Noemí tomó al niño en sus brazos y lo cuidó como si fuera suyo. Y así, en medio del gozo y la provisión divina, la historia de Rut y Booz se convirtió en un testimonio perdurable de la fidelidad de Dios. Porque Obed llegó a ser padre de Isaí, y Isaí, padre de David, el futuro rey de Israel.

Y así, en los designios misteriosos del Altísimo, una viuda extranjera, fiel y amorosa, se convirtió en eslabón de la genealogía del Mesías prometido. Porque Jehová, en su gracia, transforma las historias de dolor en relatos de redención, y honra a aquellos que, como Rut y Booz, caminan en obediencia y amor.

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