**El Día del Señor: Amanecer de Justicia y Redención** (Note: Adjusted to fit within 100 characters, removed symbols, and kept the essence of the original title.)
**El Día del Señor: Un Amanecer de Justicia y Redención**
El sol se alzaba sobre las montañas de Judá, pero no era un amanecer cualquiera. Los rayos ardientes caían sobre la tierra como brasas encendidas, anunciando un día que los profetas habían vislumbrado en visiones y que el Señor había decretado desde los tiempos antiguos. En las calles de Jerusalén, los ancianos murmuraban entre sí, recordando las palabras del profeta Malaquías: *»Porque he aquí, viene el día ardiente como un horno, y todos los soberbios y todos los que hacen maldad serán como paja; aquel día que vendrá los abrasará, ha dicho Jehová de los ejércitos, y no les dejará ni raíz ni rama.»*
En una humilde casa en las afueras de la ciudad, una mujer llamada Abigail tejía silenciosamente mientras su hijo pequeño, Eliab, jugaba a sus pies. Aunque la vida era dura bajo el dominio extranjero y la corrupción de los sacerdotes, Abigail guardaba en su corazón una esperanza inquebrantable. Su padre, un hombre piadoso, le había enseñado las promesas de Dios: *»Mas a vosotros los que teméis mi nombre, nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá salvación; y saldréis, y saltaréis como becerros de la manada.»*
Mientras el calor del día aumentaba, una inquietud recorría la ciudad. Los mercaderes que vendían en el templo con precios injustos sudaban copiosamente, no solo por el bochorno, sino por un temor inexplicable. Los sacerdotes que habían menospreciado los sacrificios y burlado de la ley divina sentían un peso en sus corazones, como si una mano invisible los estuviera juzgando.
De repente, un viento abrasador barrió las calles, levantando polvo y ceniza. El cielo se tiñó de un rojo intenso, como si el mismo sol hubiera descendido para purificar la tierra. Los malvados gritaban, sintiendo sus pieles arder como si el fuego los consumiera desde dentro. No había escape, no había sombra que los protegiera. Como paja seca, sus riquezas y arrogancia se desvanecían en un instante.
Pero en la casa de Abigail, un resplandor diferente envolvía a los que habían esperado en el Señor. Eliab, asustado por el estruendo, se aferró a su madre. Abigail lo abrazó y, con lágrimas en los ojos, señaló hacia el horizonte. *»Mira, hijo mío,»* susurró. *»El Sol de justicia ha venido.»*
Y allí, entre el fuego purificador, una luz gloriosa y cálida descendió sobre ellos. No quemaba, sino que sanaba. Los enfermos se levantaban, los corazones rotos se llenaban de gozo, y los fieles, que por años habían sufrido opresión, corrían con una fuerza renovada, saltando como becerros liberados del establo.
En ese día, se cumplió la palabra del Señor. Los arrogantes fueron consumidos, pero los que temieron el nombre de Dios fueron levantados. Y desde entonces, cada amanecer recordaba a su pueblo que la justicia divina, aunque a veces parezca tardar, siempre llega.
Y así, entre las cenizas de lo que fue, un nuevo reino comenzó a nacer. Un reino donde el Sol de justicia reinaría para siempre.