Biblia Sagrada

Los Higos Bueno y Malos: Lección de Esperanza y Juicio

**Los Higos Bueno y los Higos Malos: Una Lección de Esperanza y Juicio**

En los días del reinado de Sedequías, rey de Judá, cuando el pueblo se encontraba en medio de la desobediencia y la idolatría, el Señor mostró una visión poderosa a su profeta Jeremías. Era una mañana fresca, cuando el sol apenas comenzaba a dorar los muros de Jerusalén, y Jeremías caminaba por los atrios del templo, meditando en las palabras que Dios le había encomendado. De pronto, el Espíritu del Señor vino sobre él, y ante sus ojos aparecieron dos cestas de higos colocadas frente al templo del Señor.

La primera cesta estaba llena de higos hermosos, maduros y dulces, como los que se cosechan al principio de la temporada. Su aroma era fragante, y su aspecto invitaba a disfrutar de su bondad. La segunda cesta, en cambio, contenía higos malos, tan podridos que no se podían comer. Su olor era fétido, y su apariencia repulsiva reflejaba la corrupción que había en ellos.

Entonces la voz del Señor resonó en el corazón de Jeremías, diciendo:

—*Jeremías, ¿qué ves?*

El profeta, reconociendo que era una revelación divina, respondió:

—*Veo higos, Señor. Los primeros son excelentes, pero los otros están tan malos que no se pueden comer.*

Y el Señor le explicó el significado de la visión:

—*Como estos higos buenos, así también reconoceré a los desterrados de Judá que he enviado de este lugar a la tierra de los caldeos. Yo pondré mis ojos sobre ellos para bien, y los traeré de vuelta a esta tierra. Los edificaré y no los destruiré; los plantaré y no los arrancaré. Les daré un corazón para que me conozcan, porque yo soy el Señor. Ellos serán mi pueblo, y yo seré su Dios, porque volverán a mí de todo corazón.*

El mensaje era claro: aunque el pueblo de Judá había sido llevado al exilio en Babilonia por su pecado, Dios no los había abandonado. Entre ellos había un remanente fiel, representado por los higos buenos, a quienes el Señor restauraría. Su juicio no era el fin, sino el comienzo de una obra de redención.

Sin embargo, la segunda cesta revelaba un destino muy diferente. El Señor continuó:

—*Pero como a los higos malos, que no se pueden comer de tan podridos, así trataré a Sedequías, rey de Judá, a sus príncipes y al resto de Jerusalén que quedan en esta tierra, y a los que habitan en Egipto. Los haré objeto de espanto y de maldición en todos los reinos de la tierra. Serán escarnio, burla, maldición y afrenta en todos los lugares adonde los arroje. Enviaré contra ellos espada, hambre y pestilencia, hasta que sean exterminados de la tierra que les di a ellos y a sus padres.*

Dios no solo juzgaría a los rebeldes que se negaban a arrepentirse, sino que también mostraría misericordia a los que, aunque exiliados, mantenían su fe en Él. Los higos buenos representaban a aquellos como Daniel, Ezequiel y los judíos piadosos que, aunque lejos de su tierra, permanecían fieles. Los higos malos simbolizaban a los que, aferrándose a su orgullo y falsos dioses, sufrirían las consecuencias de su obstinación.

Jeremías transmitió fielmente el mensaje, anunciando que el exilio no era el fin, sino una purificación. Dios estaba separando a los que amaban sus ídolos de los que lo buscaban de corazón. Y aunque el juicio era severo, la promesa de restauración brillaba como una luz en medio de la oscuridad.

Años más tarde, cuando el remanente fiel regresó de Babilonia, se cumplió la palabra del Señor. Los higos buenos fueron plantados de nuevo en su tierra, mientras que los malos desaparecieron en el juicio. Así, Dios demostró que su justicia y su misericordia siempre se cumplen, y que aquellos que se vuelven a Él de todo corazón nunca serán abandonados.

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