Biblia Sagrada

Nehemías Reconstruye los Muros con Fe y Valor (99 caracteres)

**La Oposición y la Fe en la Reconstrucción de los Muros**

En los días de Nehemías, siervo de Dios y copero del rey Artajerjes, Jerusalén yacía en ruinas, sus muros derribados y sus puertas consumidas por el fuego. El pueblo de Israel, que había regresado del exilio, vivía en aflicción y deshonra, pues las naciones vecinas se burlaban de ellos. Pero Dios había puesto en el corazón de Nehemías un ardiente deseo de reconstruir la ciudad de sus padres.

Tras recibir el permiso del rey, Nehemías llegó a Jerusalén y, después de inspeccionar en secreto los muros, reunió a los líderes del pueblo. «Veis la aflicción en que estamos», les dijo con firmeza. «Jerusalén está desprotegida y expuesta. Levantémonos y edifiquemos el muro, para que no seamos más un oprobio».

El pueblo, animado por sus palabras, respondió con unánime determinación: «¡Levantémonos y edifiquemos!» Y así, cada familia tomó una sección del muro: los sacerdotes, los mercaderes, los herreros, todos trabajaron hombro a hombro, desde la Puerta de las Ovejas hasta la Puerta del Pescado, desde la Torre de Horno hasta la Puerta del Valle.

Pero no tardaron en surgir enemigos. Sambalat el horonita, Tobías el amonita y Gesem el árabe, al enterarse de la obra, se llenaron de ira y desprecio. «¿Qué hacen estos débiles judíos?», se burló Sambalat ante sus aliados. «¿Acaso pretenden restaurar en un día lo que ha estado en ruinas por años? ¿Ofrecerán sacrificios sobre montones de escombros?»

Tobías, con sarcasmo añadió: «¡Si hasta una zorra que suba por su muro lo derrumbaría!»

Las palabras se esparcieron como veneno, pero Nehemías, en lugar de desanimarse, elevó una oración al cielo: «Oh Dios, escucha cómo nos afrentan. Haz que su insulto caiga sobre sus propias cabezas, y entrégalos al despojo en tierra de cautiverio. No cubras su iniquidad, ni su pecado sea borrado delante de ti, porque han provocado ira delante de los constructores».

El pueblo, aunque herido en su orgullo, no cesó en su labor. Sin embargo, los enemigos no se conformaron con burlas. Sambalat reunió a su ejército, y los samaritanos, árabes y amonitas conspiraron para atacar Jerusalén y sembrar el terror entre los trabajadores.

Cuando la noticia llegó a oídos de Nehemías, su rostro se ensombreció, pero no por el miedo, sino por la indignación. Inmediatamente tomó medidas: estableció guardias día y noche, y armó a los hombres con espadas, lanzas y arcos. «No temáis delante de ellos», exhortó Nehemías. «Acordaos del Señor, grande y temible, y pelead por vuestros hermanos, vuestros hijos, vuestras mujeres y vuestras casas».

Desde entonces, la obra continuó bajo constante vigilancia. Los constructores trabajaban con una mano y en la otra empuñaban la espada. Los albañiles llevaban sus armas atadas a la cintura, y los que transportaban materiales lo hacían con prontitud, siempre alertas.

Nehemías recorría las filas, animando a su gente. «Nuestra obra es grande y extensa, y nosotros estamos apartados en el muro, lejos los unos de los otros. En el lugar donde oigáis el sonido de la trompeta, reuníos allí con nosotros. Nuestro Dios peleará por nosotros».

Y así fue. Aunque el enemigo acechaba, Dios frustró sus planes. Cada vez que se rumoreaba un ataque, los judíos se preparaban, y los adversarios, al ver su determinación, desistían.

Finalmente, el muro fue terminado en tiempo récord: cincuenta y dos días de arduo trabajo, fe inquebrantable y vigilancia constante. Cuando las naciones vecinas vieron la obra concluida, se llenaron de temor, porque reconocieron que esta obra no había sido hecha solo por manos humanas, sino por el poder del Dios de Israel.

Nehemías, al contemplar los muros restaurados, elevó una oración de gratitud: «Grande eres, oh Señor, y poderoso en misericordia. Tú nos has dado fuerzas cuando éramos débiles, nos has protegido cuando éramos vulnerables. Que tu nombre sea exaltado por siempre».

Y el pueblo, unido en victoria, alabó al Señor, porque había visto que el que comenzó la buena obra en ellos, la llevaría a cabo.

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divinación, y la obstinación es como la iniquidad y la idolatría. Porque tú has rechazado la palabra de Jehová, él también te ha rechazado a ti para que no seas rey. Y Saúl dijo a Samuel: He pecado; porque he transgredido el mandamiento de Jehová y tus palabras; porque temía al pueblo y obedecía su voz. Ahora, por favor, perdona mi pecado, y vuelve conmigo, para que adore a Jehová. Y Samuel dijo a Saúl: No volveré contigo; porque has rechazado la palabra de Jehová, y Jehová te ha rechazado para que no seas rey sobre Israel. Y Samuel se volvió para irse; y él echó mano a la orla de su manto, y se rasgó. Y Samuel le dijo: Jehová ha rasgado el reino de Israel de ti hoy, y lo ha dado a un vecino tuyo, que es mejor que tú. Y además, el que es la Gloria de Israel no mentirá ni se arrepentirá, porque no es un hombre para que se arrepienta. Entonces Saúl dijo: He pecado; aun así, honra delante de los ancianos de mi pueblo y delante de Israel, y vuelve conmigo, para que adore a Jehová tu Dios. Entonces Samuel volvió tras Saúl; y Saúl adoró a Jehová. Entonces Samuel dijo: Trae aquí a Agag, rey de los amalecitas. Y Agag vino a él alegremente, y Agag dijo: Seguramente la amargura de la muerte ha pasado. Y Samuel dijo: Como tu espada ha hecho que las mujeres se queden sin hijos, así también tu madre será sin hijos entre las mujeres. Y Samuel cortó a Agag en fragmentos delante de Jehová en Gilgal. Entonces Samuel se fue a Ramá; y Saúl subió a su casa en Gabaa de Saúl. Y Samuel no volvió a ver a Saúl hasta el día de su muerte; porque Samuel lloró por Saúl; y Jehová se arrepentía de que hubiera puesto a Saúl por rey sobre Israel. Título: Desobediencia y Consecuencias: El Declive del Rey Saúl