**El Regreso del Arca a Jerusalén**
El rey David, con el corazón lleno de gozo y reverencia, había aprendido una lección invaluable después del intento fallido de trasladar el Arca del Pacto. La muerte de Uza, quien extendió su mano para sostener el Arca cuando los bueyes tropezaron, había dejado una profunda huella en su espíritu. Ahora comprendía que el Arca, símbolo tangible de la presencia de Dios, no podía ser tratada con ligereza ni según los métodos de los hombres, sino conforme a los mandatos divinos.
Con esta convicción, David reunió a los sacerdotes y levitas en Jerusalén y les dijo con solemnidad:
—Vosotros sois los jefes de las casas paternas entre los levitas. Santificaos, junto con vuestros hermanos, y traed el Arca del Señor, Dios de Israel, al lugar que le he preparado. Por cuanto no la llevasteis correctamente la primera vez, el Señor nuestro Dios nos castigó, pues no le consultamos según su ordenanza.
Los levitas, humillados ante la palabra del rey, se purificaron según la Ley. Luego, siguiendo las instrucciones dadas por Moisés siglos atrás, los sacerdotes coatitas —descendientes de Aarón— prepararon sus hombros para cargar el Arca con las varas diseñadas exclusivamente para ese propósito. No habría carros ni bestias esta vez; todo se haría conforme a la voluntad de Dios.
David también ordenó que los músicos y cantores levitas se preparasen para acompañar el Arca con alegría. Entre ellos estaban Hemán, Asaf y Etán, hombres sabios en el arte de la alabanza, quienes debían tañer címbalos de bronce, arpas y liras. Otros levitas, como Zacarías, Aziel, Semiramot, Jehiel, Uni, Eliab, Maasías y Benaía, fueron designados para tocar las salterios y címbalos con voz alta y clara.
El día señalado, una multitud se congregó en la casa de Obed-edom, donde el Arca había permanecido por tres meses, bendiciendo su hogar. Cuando los sacerdotes alzaron el Arca con las varas, una sensación de solemnidad invadió el aire. David, vestido con un efod de lino fino, danzaba con toda su fuerza delante del Señor, girando y saltando en éxtasis espiritual, sin importarle el qué dirán de los hombres.
Mientras la procesión avanzaba, los címbalos resonaban, las trompetas sonaban, y las voces de los cantores se elevaban en armonía:
—¡Alabad al Señor, porque es bueno, porque para siempre es su misericordia!
Las calles de Jerusalén retumbaban con el eco de la alabanza. Las mujeres y los niños salían a las puertas, algunos uniéndose al canto, otros observando con asombro la escena sagrada.
Sin embargo, no todos compartían el fervor de David. Mical, hija de Saúl y esposa del rey, lo vio danzando desde una ventana del palacio, y el desprecio llenó su corazón.
—¡Qué indecoroso ha sido hoy el rey de Israel! —murmuró entre dientes—. Mostrándose desnudo como un bufón, delante de las siervas de sus siervos.
Pero David no se detuvo. Su corazón estaba puesto en agradar a Aquel que lo había ungido. Cuando el Arca finalmente llegó a la tienda que David había preparado en Sion, los sacerdotes la colocaron en su lugar con sumo cuidado. Luego, el rey ofreció holocaustos y sacrificios de paz delante del Señor, y bendijo al pueblo en el nombre del Señor de los ejércitos.
Para culminar aquel día glorioso, David repartió pan, carne y vino a toda la congregación de Israel, hombres y mujeres por igual. La alegría era tan grande que muchos lloraban de emoción, sintiendo la presencia de Dios entre ellos.
Pero cuando David regresó a su casa para bendecir a su familia, Mical salió a su encuentro con palabras amargas:
—¡Qué honroso ha sido hoy el rey de Israel, desnudándose hoy ante los ojos de las siervas, como se desnudaría un hombre vulgar!
David, con firmeza y convicción, le respondió:
—Fue delante del Señor que yo danzé. Él me eligió por encima de tu padre y de toda tu casa, para constituirme como príncipe sobre Israel. Me alegraré delante del Señor, y me humillaré aún más si es necesario. Pero aquellas siervas de las que hablas, ellas me honrarán.
Y así fue. Mical, por su orgullo, quedó sin descendencia hasta el día de su muerte. Pero el Arca del Pacto permaneció en Jerusalén, y David continuó buscando el rostro de Dios, estableciendo la adoración conforme a Su voluntad.
**Fin**
Esta historia, basada en 1 Crónicas 15, nos enseña la importancia de obedecer a Dios en Sus términos, no en los nuestros. La reverencia, la alegría sincera y la humildad son esenciales en la adoración. David, a pesar de sus errores, fue un hombre conforme al corazón de Dios porque buscó agradarle sobre todas las cosas.