Biblia Sagrada

La Transformación en Cristo en Colosas (99 caracteres)

**El Nuevo Hombre en Cristo**

En la ciudad de Colosas, una pequeña comunidad de creyentes se reunía en la casa de Filemón, un hombre de fe cuyo corazón ardía por el evangelio que había recibido a través de Epafras, un fiel siervo de Cristo. Aquellos hermanos, aunque fervorosos, enfrentaban luchas internas y externas. Algunos se dejaban arrastrar por las filosofías engañosas del mundo, otros caían en pecados que los alejaban de la gracia.

Fue entonces cuando Pablo, desde su prisión en Roma, movido por el Espíritu Santo, les escribió una carta llena de sabiduría celestial. Sus palabras no eran meras enseñanzas, sino vida transformadora.

**»Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios.»** (Colosenses 3:1)

Estas palabras resonaron en el corazón de los creyentes como un llamado urgente. Entre ellos estaba Lidia, una mujer que antes vivía esclavizada por la vanidad y la envidia. Cada mañana, antes de conocer a Cristo, se paraba frente a su espejo, adornándose con joyas y vestidos costosos, buscando la admiración de los demás. Pero ahora, al escuchar las palabras de Pablo, algo en su interior se conmovió.

—Hermana —le dijo una anciana de la congregación, tomándole las manos—, Cristo te llama a vestirte de amor, no de vanidad.

Lidia sintió un fuego santo consumir su vieja naturaleza. Con lágrimas en los ojos, decidió despojarse de todo aquello que la ataba a su vieja vida.

**»Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría.»** (Colosenses 3:5)

No muy lejos de allí, un hombre llamado Demas, quien antes comerciaba con mentiras y engaños, escuchó estas palabras y su rostro se llenó de convicción. Había acumulado riquezas injustas, pero ahora sentía el peso de su pecado. Cayó de rodillas en medio de la reunión, clamando perdón.

—¡No puedo seguir así! —gritó—. Cristo me llama a dejar la mentira.

La congregación oró por él, y desde ese día, Demas comenzó a restituir lo robado, viviendo en integridad.

**»Pero ahora, desechad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca. No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos.»** (Colosenses 3:8-9)

En el hogar de Filemón, donde se reunían, ya no se escuchaban chismes ni contiendas. En lugar de eso, los hermanos se exhortaban con salmos e himnos. Marcos, un joven antes dado a la ira, ahora ayudaba a los ancianos con paciencia.

—Hermano —le decía a un niño que tropezó—, no temas, Cristo nos enseña a ser bondadosos.

Y así, la comunidad comenzó a reflejar la imagen de su Creador.

**»Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia.»** (Colosenses 3:12)

Pero la prueba más grande llegó cuando Onesimo, un esclavo fugitivo, regresó arrepentido a la casa de Filemón. Todos sabían que, según la ley, Filemón tenía derecho a castigarlo. Pero las palabras de Pablo resonaban:

**»Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto.»** (Colosenses 3:14)

Filemón miró a Onesimo, cuyo rostro estaba bañado en lágrimas, y en lugar de ira, sintió compasión.

—Ya no eres mi siervo, sino mi hermano en Cristo —declaró, abrazándolo.

La congregación prorrumpió en alabanza, porque habían entendido que en Cristo no hay griego ni judío, esclavo ni libre, sino que todos son uno en Él.

**»Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.»** (Colosenses 3:17)

Así, la iglesia en Colosas se convirtió en un faro de luz, no por su perfección, sino por la gracia que los transformaba día a día. Vivían en paz, enseñaban con sabiduría y adoraban con gratitud, porque habían comprendido que su vida estaba escondida con Cristo en Dios.

Y cuando las pruebas venían, recordaban:

**»Y cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria.»** (Colosenses 3:4)

Así esperaban, con corazones renovados, la venida de su Salvador.

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