Biblia Sagrada

El Tiempo de Todas las Cosas según Salomón

**El Tiempo de Todas las Cosas**

En los días del rey Salomón, cuando la sabiduría abundaba en Jerusalén como el rocío sobre los campos al amanecer, el monarca más sabio de la tierra reflexionaba sobre los misterios de la vida. Una tarde, mientras el sol dorado se inclinaba sobre las colinas, Salomón se sentó en su jardín de palmeras y granados, y sus ojos, llenos de años y entendimiento, contemplaron el ciclo eterno de la existencia.

«Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora», murmuró, mientras el viento acariciaba su barba plateada. Recordó las palabras que el Espíritu de Dios había puesto en su corazón, y decidió compartirlas con su pueblo, para que todos comprendieran el orden divino establecido desde el principio.

**El Nacimiento y la Muerte**

En una aldea cercana a Belén, una joven llamada Mara dio a luz a su primer hijo bajo la luz titilante de las estrellas. Las mujeres del lugar cantaban alabanzas mientras el llanto del recién nacido llenaba la casa. «Tiempo de nacer», susurró una anciana, recordando las palabras del rey. A pocas calles de allí, el venerable Eliab, de ciento dos años, exhaló su último aliento rodeado de sus hijos y nietos. «Tiempo de morir», murmuraron los dolientes, mientras lo cubrían con un lienzo blanco.

**La Siembra y la Cosecha**

En los campos de Jezreel, los agricultores doblaban sus espaldas bajo el sol, arrojando semillas a la tierra fértil. «Es tiempo de arrancar lo plantado», decían los ancianos, recordando que después vendría el tiempo de cosechar. Y así fue: meses más tarde, las espigas doradas se mecían bajo el viento, y las hoces brillaban al cortarlas.

**El Luto y la Danza**

En Jerusalén, la familia de Abigail lloraba la pérdida de su patriarca, vistiendo ropas ásperas y esparciendo ceniza sobre sus cabezas. «Tiempo de llorar», repetían. Pero en la misma ciudad, en la plaza principal, las jóvenes danzaban con panderos y flores en honor a una boda. «Tiempo de reír», gritaban, mientras los pies descalzos marcaban el ritmo de la alegría.

**La Guerra y la Paz**

Más allá del Jordán, los soldados del rey afilaban sus espadas, preparándose para defender las fronteras de los amonitas. «Tiempo de guerra», anunciaban los capitanes. Sin embargo, en Galaad, los mercaderes extendían sus telas y compartían especias con los extranjeros. «Tiempo de amar», sonreían, estrechando manos en señal de paz.

**El Silencio y la Palabra**

En el templo, los levitas guardaban reverente silencio ante el lugar santísimo. «Tiempo de callar», meditaban. Pero cuando el sol alcanzaba su cenit, los sacerdotes alzaban sus voces en salmos. «Tiempo de hablar», resonaba en los atrios.

**El Amor y el Odio**

En las calles de Samaria, una mujer perdonaba a su esposo tras años de amargura. «Tiempo de amar», le dijo, abrazándolo. Pero en otra casa, un hermano apartaba su rostro de su familia por rencor. «Tiempo de aborrecer», musitó con tristeza.

**La Reflexión de Salomón**

Al caer la noche, el rey Salomón miró hacia el cielo estrellado y comprendió que Dios había puesto eternidad en el corazón de los hombres, aunque no alcanzaran a entender Sus designios. «Él hace todo hermoso en su tiempo», declaró. Y aunque el hombre se afana por controlar su vida, es el Altísimo quien gobierna cada instante, desde el primer aliento hasta el último suspiro.

Y así, bajo la luna plateada, el pueblo de Israel aprendió que en cada risa, en cada lágrima, en cada siembra y en cada cosecha, la mano del Eterno guiaba sus pasos, recordándoles que todo, absolutamente todo, tiene su momento bajo el cielo.

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