Biblia Sagrada

La Justicia Perfecta de Dios en Job 34 (99 caracteres)

**La Justicia de Dios: Un Relato Inspirado en Job 34**

En los días antiguos, cuando la sabiduría aún resonaba en los oídos de los hombres y la voz de Dios se escuchaba en el torbellino, hubo un hombre llamado Eliú, hijo de Baraquel, de la familia de Ram. Joven en años pero sabio en entendimiento, había permanecido en silencio mientras los amigos de Job—Elifaz, Bildad y Sofar—discutían con el afligido patriarca. Pero su corazón ardía dentro de él, y al fin, movido por el Espíritu, alzó su voz para declarar la justicia del Todopoderoso.

El sol se ocultaba tras las montañas de Uz, teñiendo el cielo de púrpura y oro, cuando Eliú se levantó entre los ancianos. Su rostro, iluminado por el fuego cercano, reflejaba una mezcla de solemnidad y fervor.

—»Escuchadme, oh sabios; prestad atención, hombres entendidos,»— comenzó, su voz clara como el agua de un arroyo en la mañana. —»Porque el oído prueba las palabras, como el paladar saborea el manjar. Escojamos para nosotros lo recto; conozcamos entre nosotros lo bueno.»

Los hombres, cuyos rostros estaban marcados por el sufrimiento y el debate, volvieron sus miradas hacia él. Job, sentado en el polvo, cubierto de llagas, alzó lentamente los ojos, esperando una palabra que no fuera como las de sus amigos, llenas de acusaciones veladas.

Eliú continuó, extendiendo sus manos hacia el cielo, como si buscara tocar la misma morada de Dios. —»Job ha dicho: ‘Soy justo, pero Dios me ha quitado mi derecho. A pesar de mi rectitud, me hallo por mentiroso; mi herida es incurable, aunque esté sin transgresión.'»

El viento susurró entre los árboles cercanos, como si la creación misma contuviera el aliento ante tal declaración. Eliú, con voz firme pero no áspera, respondió: —»¿Quién es como Job, que bebe el escarnio como agua y se junta con los que hacen iniquidad? Porque ha dicho: ‘No aprovecha al hombre el deleitarse en Dios.'»

Entonces, con la paciencia de un maestro que instruye a sus discípulos, Eliú comenzó a revelar la majestad y la equidad del Señor. —»Escúchenme, pues: Dios no hace injusticia; el Todopoderoso no pervierte el derecho. ¿Quién le dio a Él el gobierno de la tierra? ¿O quién puso en orden todo el mundo? Si Él pusiera sobre el hombre Su corazón y recogiera Su espíritu y Su aliento, toda carne perecería juntamente, y el hombre volvería al polvo.»

Las palabras de Eliú resonaban como truenos en la llanura, recordando a los presentes que el Señor no solo gobierna con poder, sino con perfecta justicia. —»Si Dios callara, si escondiera Su rostro, ¿quién podría verlo? Él vigila tanto a las naciones como a los individuos, para que no reine el hombre impío ni sea tropiezo para el pueblo.»

Job, aunque débil en cuerpo, escuchaba con atención. Sus ojos, antes llenos de angustia, ahora brillaban con un destello de comprensión. Eliú, viendo esto, profundizó su enseñanza. —»Dios no necesita examinar más al hombre para llevarlo ante Él en juicio. Quebranta a los poderosos sin investigación y pone a otros en su lugar. Porque Él conoce sus obras; en una noche los trastorna, y son destruidos. En lugar público los hiere por su impiedad, por cuanto se apartaron de seguirle y no consideraron ninguno de Sus caminos.»

El fuego crepitaba, proyectando sombras danzantes sobre los rostros de los presentes. Eliú, ahora con un tono más suave pero igualmente firme, concluyó: —»Por tanto, Job, escucha mis palabras; detente y considera las maravillas de Dios. ¿Puede el que aborrece el derecho gobernar? ¿Condenarás al Justo, al Poderoso, que no tiene favoritismos ni acepta sobornos? Él no dará largas al hombre ni permitirá que el mal reine sin juicio. Su mirada está sobre los caminos del hombre; ve todos sus pasos. No hay oscuridad ni sombra de muerte donde se escondan los que hacen iniquidad.»

Un silencio sagrado cayó sobre el grupo. Job, aunque aún en dolor, inclinó su cabeza en señal de humildad. Eliú, habiendo cumplido su deber, respiró hondo y se sentó. La noche avanzaba, y las estrellas, como testigos celestiales, brillaban con intensidad.

En ese momento, aunque el sufrimiento no había cesado, un entendimiento más profundo de la justicia divina comenzó a arraigarse en el corazón de Job. Porque Dios, en Su infinita sabiduría, no actúa caprichosamente, sino que todo lo hace con propósito, incluso cuando los hombres no alcanzan a comprender Sus designios.

Y así, bajo el vasto cielo de Uz, la verdad de Job 34 quedó grabada en sus corazones: **Dios es justo, y Su gobierno, perfecto.**

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