Biblia Sagrada

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**El Lamento de Ezequías: Una Noche en las Profundidades**

En los días del rey Ezequías, cuando la sombra de la enfermedad y la muerte se cernía sobre Jerusalén, hubo una noche que quedó grabada en los anales del cielo. El salmo 88, un canto de desolación, resonaba en el corazón del monarca mientras yacía en su lecho, al borde del sepulcro.

El palacio real, usualmente lleno de murmullos de consejeros y cantos de levitas, estaba sumido en un silencio sepulcral. Las lámparas de aceite parpadeaban débilmente, proyectando sombras alargadas sobre las paredes de piedra. Ezequías, cubierto solo por un manto de lino fino, sentía el peso de sus huesos consumidos por la fiebre. Los médicos habían hecho todo lo posible, pero la enfermedad avanzaba como un ejército sitiador.

**»Oh Señor, Dios de mi salvación, día y noche clamo delante de ti.»**

Sus labios secos susurraban las palabras del salmo mientras su mente navegaba entre la vigilia y el delirio. En su angustia, veía visiones: abismos sin fondo, tinieblas que lo rodeaban como aguas profundas. Era como si el Seol mismo hubiera abierto sus fauces para tragárselo.

—¿Acaso no he servido fielmente, oh Dios? —gimió, dirigiendo su mirada al techo, como si pudiera traspasarlo para ver el rostro del Altísimo—. ¿Por qué me ocultas tu rostro?

Afuera, la luna brillaba sobre Jerusalén, pero para Ezequías, la noche era eterna. Recordaba las promesas de Dios a David, su antepasado: un reino eterno, una luz perpetua. Pero ahora, él, el ungido de Judá, se sentía abandonado.

**»Has alejado de mí a mis amigos; me has hecho repugnante para ellos.»**

Sus siervos más leales evitaban entrar en su habitación, no por falta de amor, sino por temor al contagio. Hasta sus consejeros más sabios guardaban silencio, incapaces de ofrecer consuelo. Solo el profeta Isaías se atrevía a visitarlo, pero incluso sus palabras parecían lejanas, como un eco en el desierto.

En lo más profundo de su agonía, Ezequías volvió su rostro hacia la pared. Con un esfuerzo sobrehumano, juntó las pocas fuerzas que le quedaban y clamó:

—¡Jehová, recuerda que soy polvo! ¿Acaso los muertos pueden alabarte? ¿Quién contará tu fidelidad en el sepulcro?

Entonces, como respuesta a su súplica, una paz inexplicable descendió sobre él. No era la ausencia de dolor, sino la certeza de que Dios escuchaba. Antes del amanecer, el profeta Isaías irrumpió en la cámara con un mensaje divino:

—Así dice el Señor: ‘He oído tu oración y he visto tus lágrimas. Añadiré quince años a tu vida, y te libraré de la mano del enemigo.’

Las lágrimas rodaron por el rostro de Ezequías, mezclándose con el sudor de la fiebre. El mismo Dios que parecía distante ahora se revelaba como su Redentor. Aunque el salmo 88 terminaba en tinieblas, la historia de Ezequías demostraba que incluso en el abismo, la misericordia de Dios podía alcanzar a los suyos.

Y así, cuando el sol ascendió sobre los montes de Judá, el rey enfermo sintió el primer rayo de calor en su piel. La noche más oscura había pasado, y una nueva mañana, llena del favor divino, comenzaba.

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divinación, y la obstinación es como la iniquidad y la idolatría. Porque tú has rechazado la palabra de Jehová, él también te ha rechazado a ti para que no seas rey. Y Saúl dijo a Samuel: He pecado; porque he transgredido el mandamiento de Jehová y tus palabras; porque temía al pueblo y obedecía su voz. Ahora, por favor, perdona mi pecado, y vuelve conmigo, para que adore a Jehová. Y Samuel dijo a Saúl: No volveré contigo; porque has rechazado la palabra de Jehová, y Jehová te ha rechazado para que no seas rey sobre Israel. Y Samuel se volvió para irse; y él echó mano a la orla de su manto, y se rasgó. Y Samuel le dijo: Jehová ha rasgado el reino de Israel de ti hoy, y lo ha dado a un vecino tuyo, que es mejor que tú. Y además, el que es la Gloria de Israel no mentirá ni se arrepentirá, porque no es un hombre para que se arrepienta. Entonces Saúl dijo: He pecado; aun así, honra delante de los ancianos de mi pueblo y delante de Israel, y vuelve conmigo, para que adore a Jehová tu Dios. Entonces Samuel volvió tras Saúl; y Saúl adoró a Jehová. Entonces Samuel dijo: Trae aquí a Agag, rey de los amalecitas. Y Agag vino a él alegremente, y Agag dijo: Seguramente la amargura de la muerte ha pasado. Y Samuel dijo: Como tu espada ha hecho que las mujeres se queden sin hijos, así también tu madre será sin hijos entre las mujeres. Y Samuel cortó a Agag en fragmentos delante de Jehová en Gilgal. Entonces Samuel se fue a Ramá; y Saúl subió a su casa en Gabaa de Saúl. Y Samuel no volvió a ver a Saúl hasta el día de su muerte; porque Samuel lloró por Saúl; y Jehová se arrepentía de que hubiera puesto a Saúl por rey sobre Israel. Título: Desobediencia y Consecuencias: El Declive del Rey Saúl