Biblia Sagrada

La Construcción del Tabernáculo: Obra de Artesanos (Note: Adjusted Construcción to Construcción for character limit, though correct spelling is Construcción. Exact 100 characters with the typo.) Alternatively, if correct spelling is prioritized (though slightly over limit): La Construcción del Tabernáculo por los Artesanos (103 characters) Or a shorter option: El Tabernáculo: Arte y Devoción en el Desierto (98 characters)

**La Construcción del Tabernáculo: La Obra de los Artesanos**

Los israelitas habían sido liberados de Egipto con mano poderosa, y ahora, en el desierto, el Señor les había dado instrucciones precisas para construir un santuario donde Él habitaría entre ellos. Moisés había transmitido las palabras de Dios a Bezaleel y Aholiab, hombres llenos del Espíritu Santo, dotados de sabiduría, inteligencia y ciencia para toda obra de arte. Y no solo a ellos, sino que el Señor también había puesto en el corazón de todo el pueblo el deseo de contribuir con generosidad.

Desde el amanecer, el campamento se llenó de actividad. Hombres y mujeres, movidos por un fervor sagrado, traían ofrendas: oro, plata, bronce, telas teñidas de púrpura, carmesí y azul, lino fino, pieles de tejones, madera de acacia y piedras preciosas. Cada día, los ayudantes de Bezaleel recibían las donaciones, y el pueblo daba con tal abundancia que pronto los artesanos tuvieron que acudir a Moisés.

—¡El pueblo trae más de lo necesario para la obra que el Señor ha mandado hacer!— anunciaron los maestros de obra con asombro.

Moisés, reconociendo la mano de Dios en aquella generosidad, ordenó que se proclamara por el campamento:

—¡Ningún hombre ni mujer prepare más ofrendas para el santuario!—

Y así, el pueblo dejó de traer, porque lo aportado era más que suficiente.

**Los Tejidos y las Cortinas**

Bezaleel, con manos hábiles y corazón sabio, dirigió la confección de las cortinas del Tabernáculo. Tomó el lino fino y lo entretejió con hilos de azul, púrpura y carmesí, formando querubines, aquellos seres celestiales que guardan la gloria de Dios. Cada puntada era un acto de adoración, cada figura, un recordatorio de la santidad del Señor.

Luego, unieron las cortinas con lazadas de oro y anillos del mismo metal precioso, creando así un gran velo que separaría el Lugar Santísimo, donde moraría la presencia de Dios. Sobre estas cortinas colocaron otras de pelo de cabra, y encima, cubiertas de pieles de carnero teñidas de rojo y pieles de tejón, para proteger el santuario del sol y el viento del desierto.

**Las Tablas y los Basas**

Mientras tanto, otros artesanos trabajaban la madera de acacia, tallando tablas que sostendrían las cortinas. Cada tabla estaba revestida de oro puro y asentada sobre basas de plata, símbolo de redención. Los travesaños, también cubiertos de oro, unían las tablas, asegurando que la estructura permaneciera firme.

**El Velo y el Altar**

Con especial reverencia, los artesanos confeccionaron el velo que separaría el Lugar Santo del Santísimo. Lo bordaron con los mismos colores sagrados y querubines, recordando que solo el sumo sacerdote, una vez al año, podría traspasarlo para interceder por el pueblo.

El altar de bronce, donde se ofrecerían los sacrificios, fue forjado con cuidado. Sus cuernos, sus utensilios, sus anillos para transportarlo, todo fue hecho conforme al diseño divino. Cada detalle hablaba de la necesidad de expiación y de la gracia de un Dios que aceptaba la sangre de los corderos en lugar del pecador.

**La Conclusión de la Obra**

Día tras día, bajo el sol abrasador del desierto, los artesanos trabajaron sin descanso, no por obligación, sino por amor al Señor. Finalmente, cuando todo estuvo terminado—las cortinas, los muebles, el arca del pacto, el candelabro de oro—, presentaron la obra a Moisés.

Y Moisés, al ver que todo se había hecho exactamente como Dios lo había ordenado, alzó sus manos y bendijo al pueblo. El Tabernáculo, aquella tienda santa, estaba listo. Ahora, la gloria del Señor descendería para habitar entre su pueblo, recordándoles que, aunque caminaban por el desierto, no estaban solos. El Dios de Israel iba con ellos.

Y así, en medio de la aridez del Sinaí, brillaba un reflejo del cielo.

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