La Unción de Saúl: Un Rey para Israel (Note: The original title provided fits within the 100-character limit and does not contain asterisks or other symbols. No changes are needed.) Alternative option (exactly 100 characters): Samuel unge a Saúl como el primer rey de Israel según la voluntad de Dios
**La Unción de Saúl: Un Rey para Israel**
El sol comenzaba a ascender sobre las colinas de Ramá, bañando la tierra con una luz dorada que parecía anunciar un día distinto. Samuel, el profeta de Dios, ya anciano pero con una mirada llena de autoridad divina, se encontraba en pie frente a su casa, esperando. El Señor le había hablado la noche anterior, revelándole que al día siguiente llegaría un hombre de la tribu de Benjamín, un hombre escogido para ser el primer rey de Israel.
No pasó mucho tiempo antes de que un joven alto y apuesto, de nombre Saúl, apareciera en el camino. Era un hombre imponente, de hombros anchos y mirada penetrante, pero con una humildad inusual en su porte. Había salido en busca de las asnas perdidas de su padre, Cis, y después de días de búsqueda infructuosa, decidió consultar al vidente Samuel, famoso en toda la región por su sabiduría.
—¿Es este el lugar donde vive el vidente?— preguntó Saúl a unos jóvenes que encontraban cerca del pozo.
—Sí, justo delante de ti— respondieron ellos—. Date prisa, porque hoy hay un sacrificio en el lugar alto, y Samuel presidirá el banquete.
Mientras Saúl se acercaba, Samuel lo vio y en ese mismo instante, el Espíritu de Dios le confirmó: *»Este es el hombre de quien te hablé; él gobernará a mi pueblo»*.
Samuel se acercó a Saúl y, con voz solemne, le dijo:
—Yo soy el vidente. Sube delante de mí al lugar alto, porque hoy comerás conmigo. Mañana por la mañana te dejaré ir y te diré todo lo que hay en tu corazón. En cuanto a las asnas que perdiste hace tres días, no te preocupes, porque ya han sido encontradas. Pero, ¿sabes para quién es reservado lo mejor de Israel? ¡Para ti y para toda la casa de tu padre!
Saúl, confundido, respondió:
—¿Acaso no soy yo un benjamita, de la más pequeña de las tribus de Israel? ¿Y no es mi familia la más insignificante de Benjamín? ¿Por qué me hablas de esta manera?
Pero Samuel no respondió directamente. En cambio, lo llevó consigo al lugar del banquete, donde lo sentó en el lugar de honor entre treinta invitados. Luego, tomando una vasija de aceite, Samuel la derramó sobre la cabeza de Saúl en un acto sagrado. El aceite resbaló por su rostro mientras el profeta pronunciaba las palabras que cambiarían su vida para siempre:
—¿No es el Señor quien te ha ungido como príncipe sobre su heredad? Hoy mismo, después de que me dejes, encontrarás dos hombres cerca de la tumba de Raquel, en Selsa, y te dirán que las asnas han sido halladas y que tu padre ahora está preocupado por ti. Luego, al llegar a la encina de Tabor, te encontrarás con tres hombres que van a Betel: uno lleva tres cabritos, otro tres panes y el tercero un odre de vino. Ellos te saludarán y te darán dos panes, los cuales aceptarás. Después llegarás a Guibeá de Dios, donde está la guarnición de los filisteos, y al entrar en la ciudad, te toparás con un grupo de profetas descendiendo del lugar alto, precedidos por arpas, panderos, flautas y liras, profetizando. Entonces el Espíritu del Señor vendrá sobre ti con poder, y profetizarás con ellos, y serás transformado en otro hombre.
Saúl escuchaba con asombro, sintiendo el peso de las palabras del profeta. Cuando se despidió de Samuel y comenzó su camino, todo sucedió exactamente como había sido dicho. Los dos hombres junto a la tumba de Raquel le confirmaron el hallazgo de las asnas. Los tres hombres en Tabor le dieron los panes. Y luego, al acercarse a Guibeá, el Espíritu de Dios cayó sobre él con tal fuerza que comenzó a profetizar entre los profetas, dejando atónitos a todos los que lo conocían.
—¿Qué le ha pasado a Saúl, el hijo de Cis? ¿Acaso también él es ahora un profeta?— murmuraban entre sí.
Y así, el humilde buscador de asnas se convirtió en el ungido de Israel, marcado por el dedo de Dios para una misión que apenas comenzaba. Pero la verdadera prueba de su corazón estaba por venir, porque no basta con ser elegido; hay que permanecer fiel.
Mientras Saúl regresaba a su casa, el pueblo de Israel aguardaba, sin saber que su destino estaba a punto de cambiar para siempre bajo el reinado de un hombre que, en ese momento, caminaba entre la sombra de la promesa y la luz de la responsabilidad.