**La Visión del Templo: El Santuario Interior**

El Espíritu del Señor me llevó al templo, y allí me encontré frente al lugar santísimo, donde la gloria de Dios se manifestaba en todo su esplendor. El ángel que me guiaba sostenía una caña de medir, hecha de oro puro, y su rostro brillaba con la luz divina que emanaba de los querubines tallados en las paredes.

**Las Medidas del Santuario**

Con voz solemne, el ángel me dijo: *»Mira, hijo de hombre, y presta atención a todo lo que voy a mostrarte, porque estas son las medidas del santuario donde el Altísimo morará.»*

Ante mí se alzaba el *hekal*, el lugar santo, cuyas paredes relucían como el mármol más puro. El ángel extendió su caña de medir y tomó la primera medida: *»El ancho del templo es de seis codos, según el codo largo y la mano ancha.»*

Avanzamos hacia el umbral de la puerta, que era de dos codos de espesor. Cada detalle estaba grabado con figuras de querubines y palmeras, entrelazadas con flores abiertas, como si la creación misma alabara al Creador. Las puertas de madera de olivo brillaban con incrustaciones de oro, y sus goznes resonaban con un sonido celestial al abrirse.

**El Lugar Santísimo**

Más adentro, el ángel midió el *debir*, el lugar santísimo, un cubo perfecto de veinte codos de largo, veinte de ancho y veinte de alto. Las paredes y el techo estaban revestidos de oro fino, y el piso, de cedro tallado con figuras de querubines cuyas alas se tocaban en señal de reverencia. Entre ellos, el propiciatorio invisible esperaba la presencia del Señor.

El ángel señaló hacia el altar de incienso, hecho de madera de acacia y cubierto de oro, que estaba frente al velo que separaba el lugar santo del santísimo. *»Este es el lugar donde los sacerdotes presentarán las oraciones de los santos,»* explicó, mientras el aroma del incienso sagrado llenaba el aire.

**Las Cámaras Laterales**

Alrededor del templo, en tres niveles, se extendían treinta cámaras laterales, cada una de cinco codos de alto, conectadas por escaleras de caracol talladas en piedra. Estas habitaciones servían para guardar los tesoros del templo y los utensilios sagrados. Las paredes se estrechaban conforme ascendían, para que las cámaras superiores no debilitaran los cimientos.

El ángel midió el muro exterior, de cinco codos de grosor, y más allá, el *gizra*, un edificio separado que servía para las ofrendas. Todo estaba dispuesto con perfecta simetría, como un reflejo del orden celestial.

**La Gloria del Señor en el Templo**

De repente, una voz tronó desde el santuario: *»Este es el lugar de mi trono, el lugar donde posaré las plantas de mis pies y habitaré entre los hijos de Israel para siempre.»*

El resplandor de la Shekinah llenó el lugar santísimo, y los querubines de oro parecieron cobrar vida, extendiendo sus alas sobre el arca invisible. El suelo tembló levemente, no en señal de juicio, sino de consagración.

El ángel se volvió hacia mí y dijo: *»Escribe todo lo que has visto, porque esto es ley perpetua. El Señor ha establecido su morada, y su santidad permanecerá aquí por los siglos.»*

Y así, con el corazón temblando de reverencia, contemplé la majestad del diseño divino, sabiendo que este templo no era solo de piedra y oro, sino una sombra de la eterna morada de Dios entre los hombres.