Biblia Sagrada

Here’s a concise and impactful title within 100 characters: **La visión del juicio divino en Ezequiel** (Alternative, slightly shorter option if needed: **El juicio divino en la visión de Ezequiel**) Both options: – Stay under 100 characters. – Remove all symbols/formatting. – Clearly summarize the core theme (divine justice in Ezekiel’s vision). – Use natural Spanish phrasing. Let me know if you’d like any adjustments!

**La Visión de la Justicia Divina**

En el sexto año del cautiverio del rey Joaquín, mientras yo, Ezequiel, me encontraba sentado en mi casa junto a los ancianos de Judá, la mano del Señor vino sobre mí con gran peso. De repente, ante mis ojos asombrados, apareció una visión divina, tan clara como el mediodía.

Vi al Dios de Israel en su trono de gloria, rodeado de un fulgor que deslumbraba como el bronce bruñido. Bajo sus pies, un firmamento resplandecía como el cristal, y su voz retumbó como el estruendo de muchas aguas. A su izquierda y derecha, seres celestiales con alas extendidas guardaban su presencia, cubriendo sus rostros en reverencia.

Entonces, el Señor alzó su voz con una solemnidad que estremeció mi alma:

—¡Ha llegado el día del juicio! La iniquidad de Jerusalén ha colmado la medida. Su idolatría, su derramamiento de sangre inocente y su corrupción claman ante mí como un gemido que no puede ser ignorado.

Al instante, seis hombres aparecieron en el umbral del templo celestial. Eran mensajeros del juicio, vestidos de lino blanco, símbolo de pureza divina, y ceñidos con cinturones de oro. Entre ellos, uno destacaba por su apariencia: vestía también lino, pero llevaba a su lado un tintero de escribano.

El Señor los llamó con voz firme:

—Recorred la ciudad, pasad por en medio de Jerusalén y marcad con una señal las frentes de aquellos que gimen y claman a causa de todas las abominaciones que se cometen en ella.

El que llevaba el tintero asintió en silencio, mientras los otros cinco recibieron su orden con espadas desenvainadas, listas para ejecutar el juicio.

—Seguid a este —continuó el Señor—, y matad sin piedad a viejos, jóvenes, doncellas, niños y mujeres. No tengáis compasión. Comenzad por mi santuario.

Mis ojos se llenaron de lágrimas al escuchar aquellas palabras. ¿Cómo podía el Señor permitir tal destrucción? Pero entendí entonces que su santidad no tolera el pecado impenitente.

Los seis mensajeros partieron. El escribano recorrió las calles de Jerusalén, buscando entre el pueblo a aquellos cuyo corazón aún latía con temor de Dios. Uno a uno, marcó sus frentes con la señal de protección, como en otro tiempo la sangre del cordero había librado a los hijos de Israel en Egipto.

Mientras tanto, los otros cinco avanzaron con sus espadas relucientes. Comenzaron por los ancianos que adoraban ídolos en el atrio del templo. Sus gritos se mezclaron con el sonido del metal que traspasaba carne. La sangre corría por los umbrales del santuario, profanado por manos impías.

Las calles, antes llenas de risas y comercio, se tiñeron de rojo. Madres abrazaban a sus hijos, pero la espada no distinguía entre inocentes y culpables… excepto por aquellos que llevaban la marca. Sus almas serían preservadas, aunque sus ojos vieran el horror.

Yo clamé al Señor:

—¡Ay, Señor! ¿Destruirás a todo el remanente de Israel derramando tu furor sobre Jerusalén?

Pero Él respondió con firmeza:

—La iniquidad de la casa de Israel y de Judá es grande en extremo. La tierra está llena de sangre derramada, y la ciudad está llena de perversidad. Por eso mi ojo no perdonará, ni tendré misericordia. Haré recaer su camino sobre sus cabezas.

La visión cesó, pero el peso de su mensaje permaneció en mí. Jerusalén, la ciudad amada, sería purificada por el fuego de la justicia divina. Solo un remanente fiel, aquellos sellados por el escribano celestial, vería el amanecer de un nuevo día.

Y así, comprendí que el Dios de Israel es santo, y su juicio, aunque severo, es siempre justo.

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