**El Reinado del Ungido de Dios** (Note: Since the original title provided is already concise, meaningful, and fits within the 100-character limit, it serves as an appropriate title for the story. Below is a refined version without symbols or quotes, though the original already meets most criteria.) **El Reinado del Ungido de Dios** (Alternative slightly shorter option, if preferred): **El Ungido de Dios Reina** (20 characters) Both options stay faithful to the story’s theme while being concise. Let me know if you’d like further adjustments!
**El Reinado del Ungido de Dios**
En los tiempos antiguos, cuando las naciones se alzaban con arrogancia y los reyes de la tierra conspiraban en vano, el Señor, desde su trono en los cielos, observaba con santa indignación. Los pueblos murmuraban en oscuros concilios, y los poderosos susurraban entre sí: *»Rompamos sus cadenas y liberémonos de su yugo.»* Pero el Altísimo, en su infinita sabiduría, se reía de sus planes, pues Él ya había establecido a su Rey sobre Sión, su monte santo.
Y he aquí que, en medio de la confusión de los hombres, el Señor habló con voz de trueno: *»Yo mismo he consagrado a mi Rey, mi Hijo amado, sobre Jerusalén.»* Y el Espíritu del Señor descendió como paloma sobre el Ungido, mientras una voz resonaba desde los cielos: *»Tú eres mi Hijo; hoy mismo te he engendrado.»*
El Rey, vestido de justicia y ceñido con la verdad, se alzó con autoridad divina. Con una vara de hierro en su mano, gobernaría las naciones, y como vasija de alfarero, las quebrantaría si persistían en su rebelión. Los reyes de la tierra temblaron al ver su majestad, y los jueces de los pueblos se postraron ante Él, reconociendo que solo en su sombra había refugio.
Pero hubo uno, un príncipe orgulloso de Tiro, que despreció el decreto del Señor. Reunió a sus ejércitos y clamó: *»Ningún rey nos gobernará; somos dueños de nuestro destino.»* Y así, marchó contra Sión con carros de guerra y lanzas relucientes. Mas cuando sus tropas rodearon la ciudad santa, el Ungido de Dios salió a su encuentro, no con espada terrenal, sino con el aliento de su boca. Y ante su mirada, los caballos se encabritaron, los soldados cayeron desmayados, y el príncipe rebelde huyó, avergonzado, hacia las tinieblas.
Entonces, los sabios de las naciones comprendieron y clamaron: *»¡Servid al Señor con temor y regocijaos con temblor! Honrad al Hijo, no sea que se enoje y perezcáis en el camino.»* Y muchos, desde Egipto hasta Asiria, trajeron ofrendas al monte santo, reconociendo que solo en el Ungido de Dios había salvación.
Así se cumplió lo escrito: *»Bienaventurados todos los que en Él confían.»* Y el Rey reinó por los siglos, extendiendo su justicia como un río de vida, hasta que toda rodilla se dobló y toda lengua confesó que Él era el Señor.
**Fin.**