**El Día en que Israel Renovó su Pacto**
El sol comenzaba a ascender sobre las llanuras de Jericó, bañando con su luz dorada los campamentos de Israel, que se extendían a lo largo de Gilgal. El aire estaba cargado de un silencio solemne, como si la tierra misma contuviera el aliento. Después de cuarenta años de vagar por el desierto, la nueva generación de Israel finalmente había cruzado el Jordán en seco, bajo el liderazgo de Josué. Pero antes de que pudieran conquistar la tierra prometida, había un asunto pendiente que debía ser resuelto: la señal del pacto.
### **La Circuncisión: Un Pueblo Renovado**
Dios habló a Josué con firmeza: *»Haz cuchillos afilados y circuncida otra vez a los hijos de Israel»* (Josué 5:2). Era un mandato sorprendente, pues muchos de los hombres que habían salido de Egipto habían muerto en el desierto debido a su desobediencia, y sus hijos, aunque libres, no llevaban la marca del pacto de Abraham.
Josué reunió a los ancianos y les explicó la orden divina. No era solo un rito físico, sino una renovación espiritual. Cada corte en la carne simbolizaba la separación de la vida antigua, la esclavitud, y la consagración al Dios que los guiaba hacia la victoria.
Los hombres de Israel se sometieron con humildad. No hubo quejas, a pesar del dolor. Mientras los sacerdotes realizaban el sagrado ritual, el campamento se llenó de un silencio reverente, interrumpido solo por el susurro del viento y el murmullo de oraciones. Durante días, Israel permaneció en reposo, sanando, mientras el Señor los preparaba para lo que vendría.
### **La Pascua en la Tierra Prometida**
Cuando llegó el día catorce del mes, algo extraordinario sucedió: Israel celebró la Pascua. Era la primera vez en cuarenta años que lo hacían en la tierra que fluía leche y miel. Las hogueras se encendieron, y el aroma del cordero asado llenó el aire. Las familias se reunieron, recordando cómo sus padres habían comido apresurados en Egipto, listos para huir. Pero ahora, estaban firmes, en suelo prometido.
Los más ancianos, con lágrimas en los ojos, contaron a los jóvenes cómo Dios había partido el Mar Rojo y cómo su poder los había sostenido en el desierto. Los niños, con asombro, escuchaban, sabiendo que pronto verían las maravillas de Jehová con sus propios ojos.
### **El Maná Cesó**
A la mañana siguiente, algo inusual ocurrió: no hubo maná. Durante décadas, cada amanecer, el pan celestial había cubierto el suelo, sosteniendo a Israel en su peregrinaje. Pero ahora, al despertar, las cestas estaban vacías. En su lugar, encontraron los primeros frutos de la tierra de Canaán: trigo, higos, y granadas.
El mensaje era claro: *»Ya no necesitan el sustento del desierto, porque han entrado en mi provisión abundante»*, parecía decir el Señor. Fue un recordatorio de que Dios no solo los había sacado de Egipto, sino que los había llevado a un lugar de bendición.
### **El Comandante del Ejército de Jehová**
Una tarde, mientras Josué inspeccionaba los alrededores de Jericó, vio a un hombre de pie frente a él, con una espada desenvainada. Josué, valiente guerrero, no retrocedió, pero tampoco se apresuró. Con cautela, preguntó: *»¿Eres de los nuestros, o de nuestros enemigos?»*
El desconocido respondió con voz que resonó como trueno: *»No, mas Príncipe del ejército de Jehová he venido ahora»* (Josué 5:14).
Josué cayó rostro en tierra, entendiendo que estaba en presencia de una manifestación divina, quizás el mismo Ángel de Jehová. *»¿Qué dice mi Señor a su siervo?»*, murmuró con reverencia.
La respuesta fue clara: *»Quita el calzado de tus pies, porque el lugar donde estás es santo»*. Era el mismo mandato que Dios había dado a Moisés en la zarza ardiente. Una señal de que, aunque Josué era el líder visible, la verdadera batalla sería librada por el poder de Dios.
### **Preparándose para la Guerra Santa**
Al levantarse, Josué supo que la conquista de Jericó no sería por estrategia humana, sino por obediencia divina. Con el corazón ardiendo de fe, regresó al campamento, listo para guiar al pueblo bajo las órdenes del Señor de los Ejércitos.
Israel, ahora circuncidado, purificado, y fortalecido por la Pascua, estaba listo. La tierra prometida no sería tomada por su fuerza, sino por la fidelidad de Aquel que había jurado dársela a sus padres.
Y así, entre el silencio expectante de Gilgal y las murallas imponentes de Jericó, se escribió el prólogo de una de las mayores victorias en la historia de Israel. Todo porque, antes de luchar, se humillaron, se consagraron, y recordaron que la verdadera fuerza viene de Jehová.