**La Visión de los Cuatro Carros en Zacarías 6**
El profeta Zacarías, siervo fiel del Altísimo, se encontraba en oración en las alturas espirituales cuando el Señor, en su misericordia, le concedió una nueva visión. Era una noche serena en la tierra de Judá, y el aire olía a tierra húmeda después de una lluvia ligera. Las estrellas brillaban como diamantes en el manto oscuro del cielo, pero Zacarías no veía el firmamento terrenal, sino los misterios celestiales que Dios le revelaba.
De pronto, ante sus ojos espirituales, se abrieron las cortinas de lo invisible, y contempló algo asombroso: **cuatro carros poderosos** emergían de entre dos montañas de bronce. Estas montañas, imponentes y eternas, simbolizaban la justicia inquebrantable del Señor, cuyos decretos son firmes como el metal pulido.
Los carros eran tirados por corceles fuertes, cada uno con colores distintos:
1. **El primer carro** era arrastrado por caballos **rojos**, como la sangre derramada en la batalla.
2. **El segundo carro** tenía caballos **negros**, como las tinieblas que cubren la tierra en tiempos de juicio.
3. **El tercer carro** lucía caballos **blancos**, relucientes como la pureza de los ángeles.
4. **El cuarto carro** llevaba caballos **overos** (manchados), fuertes y variados en su apariencia, como señales de diversidad en los designios divinos.
Zacarías, lleno de asombro, escuchó la voz del ángel que le hablaba:
—*»¿Qué son estos, señor mío?»* —preguntó el profeta con humildad.
Y el ángel respondió con autoridad:
—*»Estos son los cuatro vientos del cielo, que salen de estar delante del Señor de toda la tierra.»*
El significado era claro: estos carros representaban los instrumentos de Dios para ejecutar su juicio sobre las naciones. Los caballos rojos simbolizaban guerra y derramamiento de sangre; los negros, hambre y desolación; los blancos, victoria y conquista; y los overos, plagas y eventos diversos. Todos eran enviados por el Todopoderoso para cumplir sus propósitos en la tierra.
Pero la visión no terminó ahí. El ángel continuó revelando:
—*»Los caballos negros se dirigen hacia la tierra del norte, los blancos van tras ellos, y los overos se esparcen hacia el sur.»*
El norte representaba a Babilonia, el antiguo opresor de Israel, mientras que el sur señalaba a Egipto. Dios estaba enviando sus juicios contra los enemigos de su pueblo, asegurando que su ira y su misericordia se manifestarían según su perfecta voluntad.
**La Coronación del Sumo Sacerdote**
Entonces, la visión cambió, y Zacarías vio algo aún más glorioso: el Señor le ordenó tomar plata y oro de los exiliados recién llegados de Babilonia —específicamente de Heldai, Tobías y Jedaías— y con ellos, **fabricar una corona**. Esta corona no sería para un rey terrenal, sino para **Josué, el sumo sacerdote**, un hombre fiel que representaba el futuro Mesías.
Zacarías obedeció y, ante los ojos de todos, colocó la corona sobre la cabeza de Josué, proclamando las palabras del Señor:
—*»He aquí el hombre cuyo nombre es el Renuevo, porque él brotará de sus raíces y edificará el templo del Señor. Él llevará gloria, se sentará y gobernará en su trono, y habrá un sacerdote a su lado; y consejo de paz habrá entre ambos.»*
Esta profecía apuntaba al Mesías venidero, **Jesucristo**, quien uniría en sí mismo los oficios de **Rey y Sacerdote**, gobernando con justicia y reconciliando al hombre con Dios.
**Conclusión de la Visión**
Al final, el ángel le recordó a Zacarías que esta visión se cumpliría si el pueblo permanecía fiel. Los que estaban lejos (los exiliados) ayudarían en la construcción del templo, y todos sabrían que era el Señor quien los había enviado.
Así terminó la revelación, dejando en el corazón de Zacarías un mensaje de **esperanza y juicio**, de **redención y soberanía divina**. Porque el Señor gobierna todas las naciones, y su plan de salvación avanza hacia su cumplimiento final.
Y así, el profeta salió de aquel encuentro con Dios, fortalecido para seguir anunciando: *»No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, dice el Señor de los ejércitos.»* (Zacarías 4:6).