Biblia Sagrada

Here’s a concise and engaging title in Spanish (under 100 characters, no symbols or quotes): **El Nuevo Pacto: Redención Eterna** (Alternative, slightly shorter: **La Promesa del Nuevo Pacto**) Both capture the core theme of the story while staying within the limit. Let me know if you’d like any adjustments!

**El Nuevo Pacto: Una Historia de Redención**

El sol se ocultaba tras las colinas de Jerusalén, tiñendo el cielo de tonos dorados y púrpuras. En el templo, los sacerdotes realizaban sus ritos vespertinos, el humo del incienso ascendía hacia el cielo, y el sonido de los cánticos hebreos resonaba entre las columnas de mármol. Pero mientras la antigua ley seguía su curso, en los corazones de muchos había un anhelo, un susurro de algo mayor que se avecinaba.

En aquellos días, un hombre sabio, versado en las Escrituras, se sentó junto a una lámpara de aceite, desplegando un rollo de pergamino. Con voz solemne, comenzó a leer las palabras que resonarían por generaciones: *»Ahora bien, el punto principal de lo que venimos diciendo es que tenemos tal sumo sacerdote, el cual se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos»* (Hebreos 8:1).

Los que lo escuchaban inclinaron sus cabezas, reflexionando. Sabían que, por siglos, los sacerdotes terrenales habían oficiado en el tabernáculo, un santuario hecho por manos humanas, una sombra de lo celestial. Cada sacrificio, cada ritual, señalaba hacia algo—o alguien—más grande.

El maestro continuó: *»Porque si aquel primer pacto hubiera sido sin defecto, no se habría procurado lugar para el segundo»* (Hebreos 8:7). Sus palabras eran como un viento fresco que removía el polvo de tradiciones estériles. Recordaron cómo Moisés, en el monte Sinaí, había recibido la ley, escrita en tablas de piedra. Pero ahora, algo nuevo estaba surgiendo.

Con ojos brillantes, el sabio explicó: *»Pero ahora tanto mejor ministerio es el suyo, cuanto es mediador de un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas»* (Hebreos 8:6). Los presentes sintieron un escalofrío. Este no era un simple cambio de reglas, sino una transformación radical. Ya no sería la ley escrita en piedra, sino en los corazones.

Uno de los oyentes, un joven levita acostumbrado a los sacrificios diarios, preguntó con voz temblorosa: —¿Cómo puede ser esto? ¿Acaso Dios desecha lo que una vez estableció?

El maestro sonrió con paciencia. —No lo desecha, sino que lo cumple. Mira —dijo señalando hacia el atardecer—, así como el sol se pone para dar paso a la luna, la antigua alianza da paso a la nueva. *»Porque reprendiéndolos dice: He aquí vienen días, dice el Señor, en que estableceré un nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá»* (Hebreos 8:8).

El joven levita miró sus manos, manchadas por la sangre de los corderos sacrificados. Por primera vez, entendió que aquellos animales no eran más que sombras del verdadero Cordero que quitaría el pecado del mundo.

El sabio concluyó con voz firme: *»Porque seré propicio a sus injusticias, y nunca más me acordaré de sus pecados y de sus iniquidades»* (Hebreos 8:12). Las palabras cayeron como lluvia sobre tierra seca. Ya no habría necesidad de repetir sacrificios, de temer el juicio incesante. La misericordia triunfaría.

Al terminar la lectura, el grupo permaneció en silencio, algunos con lágrimas en los ojos. Afuera, las estrellas comenzaban a brillar, recordándoles que el mismo Dios que guió a Israel con columnas de fuego ahora establecía un camino nuevo, no por sacrificios de animales, sino por la sangre del Hijo.

Y así, bajo el manto de la noche, entendieron que el antiguo pacto, glorioso en su tiempo, había sido solo el preludio de una redención eterna.

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