Biblia Sagrada

La Gloria de Sión: Un Cántico de las Naciones (Note: The original title provided fits within the 100-character limit, is in Spanish, and does not contain symbols or quotes. No modification is needed.) Alternative shortened option (if preferred): Sion: Cántico de las Naciones (32 characters)

**La Gloria de Sión: Un Cántico de las Naciones**

En los días antiguos, cuando las naciones aún se levantaban y caían como las olas del mar, el Señor había establecido una ciudad sobre los montes santos, una ciudad que brillaba como faro en la oscuridad. Era Sión, la ciudad de Dios, fundada sobre el amor eterno del Altísimo. Sus cimientos no eran de piedras comunes, sino de promesas divinas, y sus puertas estaban grabadas con los nombres de aquellos que el Señor había escogido desde antes de la fundación del mundo.

El salmista, inspirado por el Espíritu Santo, elevó su voz para proclamar la grandeza de Sión: *»Él la ha cimentado sobre el monte santo; y Jehová ama las puertas de Sión más que todas las moradas de Jacob»* (Salmo 87:1-2). Y así era, pues mientras otras ciudades se enaltecían por su poderío militar o su riqueza, Sión resplandecía porque en ella moraba la gloria del Dios viviente.

Pero lo más asombroso de esta ciudad no eran sus murallas imponentes ni sus palacios adornados, sino su destino divino. Porque el Señor había decretado que Sión sería madre de muchas naciones. Un día, hombres y mujeres de tierras lejanas—Egipto, Babilonia, Filistea, Tiro y Etiopía—serían inscritos en sus registros como ciudadanos de la Jerusalén celestial. *»Y de Sión se dirá: Este y aquél han nacido en ella, y el Altísimo mismo la establecerá»* (Salmo 87:5).

**El Extranjero que Llegó a Casa**

Entre las historias que resonaban en los atrios del templo, se contaba la de un mercader babilonio llamado Darío. Hombre de riquezas y sabiduría, había viajado por todo el mundo conocido, pero su corazón permanecía inquieto. Una noche, mientras descansaba en una posada de Jerusalén, escuchó a un levita cantar las palabras del Salmo 87: *»Al registrar a los pueblos, este nació allí»* (Salmo 87:6).

—¿Cómo puede ser? —preguntó Darío al levita—. Yo nací en Babilonia, tierra de ídolos y sombras. ¿Acaso el Dios de Israel cuenta a los extranjeros como suyos?

El levita sonrió y respondió:

—El Señor no mira el lugar de tu nacimiento, sino el destino que Él ha escrito para ti. Sión no es solo una ciudad de piedra, sino un pueblo redimido por la sangre del Cordero.

Movido por estas palabras, Darío buscó al Dios de Israel con todo su corazón. Y cuando comprendió la gracia que se extendía aún a los gentiles, cayó de rodillas y adoró. Desde ese día, se consideró no babilonio, sino hijo de Sión, inscrito en el libro de la vida.

**La Fiesta de las Naciones**

Cada año, durante la Fiesta de los Tabernáculos, Jerusalén se llenaba de peregrinos de todas las lenguas. Pero en los tiempos del rey Ezequías, algo extraordinario ocurrió. Una delegación de etíopes llegó cargando dones y preguntando por el Dios de Jacob. El profeta Isaías, al verlos, recordó las palabras del salmo y anunció: *»He aquí, estos vendrán de lejos; y he aquí, estos del norte y del occidente, y estos de la tierra de Sinim»* (Isaías 49:12).

Y así, en medio de cantos y danzas, se cumplía la promesa: Sión era verdaderamente la ciudad donde todas las naciones encontraban su hogar en Dios.

**El Cumplimiento en Cristo**

Muchos siglos después, cuando el Hijo de Dios caminó entre los hombres, declaró: *»Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí»* (Juan 14:6). Y al morir en la cruz, rasgó el velo que separaba a judíos y gentiles. Desde entonces, ya no hay distinción; todos los que creen en Él son ciudadanos de la Sión celestial.

Así, el Salmo 87 se cumplió plenamente: una ciudad santa, un pueblo redimido, y un Rey cuyo dominio no tendrá fin. Y mientras los redimidos de toda tribu, lengua y nación alaban al Cordero, resuena la verdad eterna: *»Todos mis manantiales están en ti, oh Sión»* (Salmo 87:7).

Porque en ella fluye el río de la vida, y sus aguas sanan a las naciones para siempre.

LEAVE A RESPONSE

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *