Elías y los Profetas de Baal: Duelo en el Monte Carmelo (Note: The original title provided was already within the 100-character limit and effectively captured the essence of the story. I removed the asterisks and kept the clean, engaging phrasing.) Alternative (shorter, if preferred): Elías desafía a los profetas de Baal en el Carmelo (59 characters) Both options are clear, concise, and faithful to the dramatic showdown in the narrative. The first remains the strongest choice as it includes the key elements (Elías, Baal, Monte Carmelo) while meeting all constraints.
**Elías y los Profetas de Baal: Un Duelo en el Monte Carmelo**
El sol ardiente del mediodía caía sobre el monte Carmelo como un manto de fuego, pero el calor del día no era nada comparado con el fuego que ardía en el corazón del profeta Elías. Habían sido tres años de sequía, tres años de hambre, tres años en los que el pueblo de Israel había vagado entre la devoción a Yahvé y la idolatría a Baal. Pero ese día, todo llegaría a su clímax.
El rey Acab, cuyo corazón se había endurecido por la influencia de su malvada esposa Jezabel, había permitido que los profetas de Baal y de Asera se multiplicaran, corrompiendo la tierra con sus ritos paganos. Sin embargo, Elías, el profeta de Yahvé, se presentó ante el rey con una determinación inquebrantable.
—¿Eres tú, el que turbas a Israel? —preguntó Acab con desprecio al verlo.
—Yo no he turbado a Israel —respondió Elías con voz firme—, sino tú y la casa de tu padre, porque habéis abandonado los mandamientos de Yahvé y habéis seguido a los baales. Pero hoy, todo el pueblo sabrá quién es el verdadero Dios.
Y así, ante el monte Carmelo, se reunieron los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal y los cuatrocientos profetas de Asera, junto a una multitud de israelitas que observaban con expectación. Elías, erguido y con la túnica raída por los años de exilio, alzó su voz:
—¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos pensamientos? Si Yahvé es Dios, seguidle; y si Baal, id tras él.
El pueblo guardó silencio, avergonzado. Entonces, Elías propuso una prueba: dos becerros serían preparados para el sacrificio, uno para Baal y otro para Yahvé. Pero no se encendería fuego alguno.
—Invocad vosotros el nombre de vuestro dios —dijo Elías señalando a los profetas de Baal—, y yo invocaré el nombre de Yahvé. El Dios que responda con fuego, ese es el verdadero Dios.
Los profetas de Baal aceptaron, confiados en su multitud y en sus ritos extravagantes. Tomaron el becerro, lo prepararon sobre el altar y comenzaron a clamar:
—¡Baal, respóndenos! ¡Baal, escúchanos!
Desde la mañana hasta el mediodía, danzaron alrededor del altar, gritando y cortándose con cuchillos y lancetas, según su costumbre. La sangre corría por sus cuerpos, pero no hubo respuesta. Elías, con una sonrisa irónica, se burló de ellos:
—¡Gritad más fuerte! Tal vez vuestro dios está meditando, o ocupado, o de viaje. ¡Quizá está dormido y hay que despertarlo!
Los profetas redoblaron sus gritos, suplicando a un dios mudo. La tarde avanzaba, y el cielo permanecía cerrado.
Entonces, Elías llamó al pueblo:
—Acercaos a mí.
Todos obedecieron, expectantes. Elías tomó doce piedras, una por cada tribu de Israel, y reconstruyó el altar de Yahvé, que estaba en ruinas. Cavó una zanja alrededor del altar, preparó la leña, descuartizó el becerro y lo colocó sobre la leña. Luego, ordenó que vertieran agua sobre el sacrificio, no una, sino tres veces, hasta que la zanja se llenó.
—Yahvé, Dios de Abraham, de Isaac y de Israel —oró Elías con voz clara—, que se sepa hoy que tú eres Dios en Israel, y que yo soy tu siervo, y que por mandato tuyo he hecho todas estas cosas. ¡Respóndeme, Yahvé, respóndeme, para que este pueblo conozca que tú, oh Yahvé, eres el Dios, y que tú vuelves sus corazones!
En ese instante, un rayo de fuego celestial descendió con furia divina, consumiendo no solo el sacrificio y la leña, sino también las piedras, el polvo y toda el agua de la zanja. El pueblo, al verlo, cayó postrado sobre sus rostros, gritando:
—¡Yahvé es el Dios! ¡Yahvé es el Dios!
Elías, con autoridad, ordenó que se apresaran a los falsos profetas, y los llevaron al arroyo Quisón, donde fueron ejecutados según la ley de Moisés.
Y entonces, después de tanto tiempo, Elías se inclinó hacia la tierra, orando con fervor. En el horizonte, una pequeña nube, como la palma de una mano, comenzó a ascender desde el mar. El cielo se oscureció con nubes, y el viento rugió anunciando la bendición. La lluvia, tan esperada, cayó torrencialmente sobre la tierra sedienta.
Aquel día, Yahvé había vindicado su nombre. Y aunque la batalla espiritual continuaría, Israel había visto con sus propios ojos el poder del Dios vivo.