Biblia Sagrada

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**El Llamado a la Generosidad: La Ofrenda para el Tabernáculo**

El sol comenzaba a elevarse sobre el vasto desierto, tiñendo las arenas de dorado mientras los israelitas salían de sus tiendas. El aire fresco de la mañana llevaba consigo un sentido de expectativa. Moisés, el siervo de Dios, había convocado a toda la congregación para transmitirles un mensaje divino.

Con su rostro aún resplandeciente por su encuentro con el Señor en el monte Sinaí, Moisés se paró frente al pueblo. Su voz, firme y llena de autoridad, resonó en el silencio que se había formado:

—*Esto es lo que el Señor ha ordenado: Durante seis días se trabajará, pero el séptimo día será santo para ustedes, un día de reposo consagrado al Señor. Cualquiera que en él haga cualquier trabajo, morirá. No encenderán fuego en ninguna de sus moradas en el día de reposo.*

El pueblo asintió en reverencia, recordando el mandamiento que ya conocían pero que necesitaba ser reiterado. Sin embargo, Moisés no había terminado. Con un gesto solemne, continuó:

—*Y ahora, escuchen el llamado del Señor: Tomen de entre ustedes una ofrenda para el Señor. Todo aquel cuyo corazón esté dispuesto, traiga como ofrenda al Señor oro, plata y bronce; telas teñidas de púrpura, carmesí y escarlata; lino fino, pelo de cabra, pieles de carnero teñidas de rojo, pieles de tejón, madera de acacia; aceite para el alumbrado, especias para el aceite de la unción y para el incienso aromático; piedras de ónice y piedras de engaste para el efod y el pectoral.*

Una ola de murmullos recorrió la multitud. No era un mandato impuesto, sino una invitación a dar con generosidad y alegría. El Tabernáculo, la morada de Dios entre ellos, requería los mejores materiales, y el Señor deseaba que su pueblo participara voluntariamente en esta obra santa.

**Un Corazón Dispuesto**

Al regresar a sus hogares, los israelitas comenzaron a reunir sus posesiones más preciadas. Las mujeres sacaron cofres de madera tallada, donde guardaban hilos de lino fino y lanas teñidas en vibrantes colores. Los hombres desenterraron pequeños sacos de oro y plata que habían llevado consigo desde Egipto. Algunos trajeron pieles de animales que habían curtido con esmero, mientras que otros ofrecieron piedras brillantes que habían encontrado en su travesía.

Pero no solo los ricos participaron. También los humildes trajeron lo que tenían: una pequeña moneda, un trozo de tela, un puñado de especias. Lo importante no era la cantidad, sino la disposición del corazón.

**Los Artesanos Elegidos**

Moisés, viendo la abundancia de ofrendas, anunció otro mensaje del Señor:

—*El Señor ha llamado por nombre a Bezaleel, hijo de Uri, de la tribu de Judá, y lo ha llenado del Espíritu de Dios, en sabiduría, en inteligencia, en ciencia y en todo arte, para proyectar diseños y trabajar en oro, plata y bronce; en piedras de engaste y en tallado de madera, para realizar toda clase de labor artesanal. Y ha puesto en su corazón el don de enseñar, tanto a él como a Aholiab, hijo de Ahisamac, de la tribu de Dan.*

Bezaleel, un hombre de manos hábiles y corazón humilde, se adelantó junto a Aholiab. Juntos, comenzaron a organizar a los demás artesanos, enseñándoles cómo moldear el metal, tejer las telas y tallar la madera según el diseño divino. El campamento se transformó en un taller sagrado, donde cada golpe de martillo, cada puntada y cada tallado se hacían con reverencia.

**Una Obra en Comunión**

Día tras día, el pueblo trabajó con entusiasmo. Las mujeres hilaban con destreza, sus dedos moviéndose ágilmente mientras cantaban salmos. Los hombres fundían metales y pulían piedras, sus rostros iluminados por el fuego de las fraguas. Hasta los niños ayudaban, llevando materiales o observando con admiración el progreso del santuario.

Nadie se quejó. Nadie retuvo lo que tenía. Por el contrario, traían más de lo necesario, hasta que Moisés finalmente dio la orden:

—*Basta. El pueblo trae mucho más de lo que se necesita para la obra que el Señor ha mandado hacer.*

Y así, cesaron las ofrendas.

**Reflexión Final**

El Tabernáculo no solo sería una tienda de reunión, sino un testimonio de lo que ocurre cuando el pueblo de Dios responde con generosidad y unidad. No fue la imposición de un líder, sino la respuesta amorosa de corazones transformados por la presencia del Señor.

Y en medio del desierto, bajo el cielo infinito, Israel aprendió una lección eterna: *Dios no se complace en la obligación, sino en la entrega gozosa.*

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