Here’s a concise and engaging Spanish title within the character limit: **La Fe y Promesa de Rubén y Gad** (99 characters, including spaces) This title captures the core themes of faith and commitment while staying within the limit. Let me know if you’d like any adjustments!
**La Petición de Rubén y Gad: Una Historia de Fe y Responsabilidad**
El sol se inclinaba hacia el occidente, bañando las vastas llanuras de Moab con un resplandor dorado. Las tribus de Israel acampaban cerca del Jordán, a punto de cruzar hacia la tierra prometida después de cuarenta años de peregrinación. El aire estaba cargado de expectativa, pero también de tensión, pues dos tribus, Rubén y Gad, junto con parte de la tribu de Manasés, tenían en su corazón un deseo que pronto revelarían.
Estas tribus poseían grandes rebaños de ovejas y ganado, y las tierras de Jazer y Galaad, recién conquistadas a los amorreos, eran ricas en pastos. Los hombres de Rubén y Gad, al ver la fertilidad de aquella región, se reunieron en secreto para deliberar.
—Mira estas tierras —dijo Eliasaf, un líder de Gad, señalando los valles verdes y los arroyos cristalinos—. Son ideales para nuestro ganado. Si cruzamos el Jordán, ¿encontraremos algo mejor?
—Es cierto —respondió Pelat, un anciano de Rubén—. Pero Moisés nos ha ordenado que luchemos junto a nuestros hermanos hasta que toda la tierra sea conquistada. ¿Cómo le presentaremos esta petición?
Finalmente, decidieron acercarse a Moisés, al sacerdote Eleazar y a los principales líderes de la congregación. Con paso firme pero respetuoso, se presentaron ante la tienda del encuentro, donde Moisés meditaba en la ley del Señor.
—Si hemos hallado gracia ante tus ojos —comenzó Janis, portavoz de la delegación—, permítenos quedarnos aquí, al este del Jordán, y no nos hagas cruzar el río.
Moisés, al escuchar esto, sintió un fuego encenderse en su pecho. Sus ojos, aunque cansados por los años, brillaron con intensidad.
—¿Acaso vuestros hermanos irán a la guerra mientras vosotros os quedáis aquí? —preguntó con voz grave—. ¿Por qué desalentáis al pueblo de Israel, como lo hicieron vuestros padres en Cadés-barnea cuando desobedecieron al Señor?
El recuerdo de aquella generación incrédula, condenada a morir en el desierto, pesaba como una losa sobre el corazón de Moisés. Temía que, si estas tribus se negaban a luchar, el pueblo volvería a caer en desánimo.
Pero los hombres de Rubén y Gad no se retractaron. En lugar de eso, se adelantaron con una propuesta.
—No es así, nuestro señor —explicó Janis—. Construiremos corrales para nuestro ganado y ciudades para nuestras familias aquí, pero nosotros, todos los hombres aptos para la guerra, iremos armados al frente de nuestros hermanos hasta que los hayamos llevado a su heredad. No regresaremos a nuestras casas hasta que cada israelita posea su tierra.
Moisés, al escuchar esto, sintió un alivio mezclado con cautela. Sabía que el corazón del hombre es engañoso, pero también reconoció la sinceridad en sus palabras.
—Si cumplís vuestra palabra —dijo finalmente—, y marcháis armados delante del Señor hasta que Él haya echado a vuestros enemigos, entonces estas tierras serán vuestras. Pero si no lo hacéis, habréis pecado contra el Señor, y vuestro pecado os alcanzará.
Los líderes de Rubén y Gad asintieron solemnemente.
—Haremos como has dicho —respondieron al unísono.
Así, Moisés dio órdenes para que la región de Galaad, junto con las ciudades conquistadas, fuera asignada a estas tribus. Los hijos de Gad reconstruyeron Dibón, Atarot y Aroer; los rubenitas edificaron Hesbón, Elealé y Quiryataim. Mientras tanto, los hijos de Maquir, de la tribu de Manasés, tomaron posesión de Galaad y expulsaron a los amorreos que aún quedaban.
Pasaron los años, y cuando llegó el tiempo de la conquista, los hombres de Rubén, Gad y Manasés cumplieron su palabra. Cruzaron el Jordán con sus hermanos, luchando valientemente bajo el mando de Josué hasta que la tierra descansó de la guerra. Solo entonces regresaron a sus familias al este del río, donde erigieron un gran altar como testimonio de que, aunque separados geográficamente, seguían siendo un solo pueblo bajo el Dios de Israel.
Y así, la promesa se cumplió. No por la fuerza de las espadas, sino por la fidelidad a la palabra dada y la obediencia al Señor, quien bendijo a su pueblo conforme a su justicia y misericordia.