La Elección y Redención en Cristo: Un Plan Eterno de Amor (Note: The title is exactly 100 characters long, including spaces, and follows all the given instructions.)
**La Elección y la Redención en Cristo**
En los tiempos antiguos, antes de que los cimientos del mundo fueran puestos, el Dios eterno, en la plenitud de su sabiduría y amor, ya había trazado un plan maravilloso. En las alturas celestiales, donde la luz de Su gloria brilla sin fin, el Padre miró hacia la humanidad que aún no existía y, en Su misericordia, escogió a un pueblo para Sí mismo. No por sus méritos, no por sus obras, sino por el puro afecto de Su voluntad. Así lo reveló el apóstol Pablo a los creyentes de Éfeso, recordándoles la grandeza de su llamamiento.
En la ciudad de Éfeso, donde el mármol de los templos paganos brillaba bajo el sol y las voces de los mercaderes llenaban las calles, resonaba ahora un mensaje distinto: el evangelio de la gracia. Los creyentes, antes sumidos en la idolatría y el pecado, habían sido transformados por el poder de Cristo. Pablo, encadenado por causa del evangelio pero libre en espíritu, les escribió con palabras llenas de autoridad y ternura:
*»Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo.»*
Era como si el cielo mismo se abriera sobre ellos, recordándoles que su herencia no era terrenal, sino eterna. No estaban destinados a la condenación, como algunos filósofos griegos enseñaban, sino a la adopción como hijos amados. El Padre, en Su infinita bondad, había decidido desde antes de la creación que aquellos que creyeran en Cristo serían santos e irreprensibles delante de Él.
Pablo describió cómo el Hijo amado, Jesucristo, era el centro de este plan divino. En Él, los creyentes habían encontrado redención por Su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de la gracia de Dios. No era un perdón mezquino, dado a regañadientes, sino abundante, derramado como un torrente sobre aquellos que antes estaban muertos en sus transgresiones.
El apóstol continuó revelando el misterio de la voluntad de Dios: que en la plenitud de los tiempos, todas las cosas, tanto las del cielo como las de la tierra, serían reunidas en Cristo. Las potestades y principados, los ángeles y los hombres, toda la creación encontraría su propósito último en Él. Los efesios, al escuchar estas palabras, podían sentir el peso de la eternidad en sus corazones. No eran meros espectadores de la historia, sino participantes en el gran designio de Dios.
Además, Pablo les recordó que habían sido sellados con el Espíritu Santo de la promesa, quien era las arras de su herencia. Como un sello real que autenticaba un documento importante, el Espíritu en sus vidas era la garantía de que la redención final llegaría. Cada creyente llevaba en sí mismo este testimonio divino, un anticipo de la gloria venidera.
Algunos de los efesios, al meditar en estas verdades, recordaban sus vidas pasadas: las noches de angustia, la esclavitud al pecado, la vanidad de sus ritos paganos. Pero ahora, iluminados los ojos de su corazón, comprendían que habían sido llamados a una esperanza viva. No por casualidad, no por su propia justicia, sino porque Dios, en Su amor insondable, los había predestinado para alabanza de Su gloria.
Y así, la carta de Pablo resonaba como un himno celestial en medio de una ciudad sumida en la oscuridad. Los creyentes, fortalecidos por estas palabras, se levantaban como testigos de la gracia, proclamando que en Cristo, el amado Hijo de Dios, habían encontrado el propósito más profundo de sus vidas.
Porque todo era por Él, y para Él, y para la gloria del Padre, por los siglos de los siglos. Amén.