Biblia Sagrada

El Amor Verdadero en 1 Juan 3 (99 characters)

**El Amor Verdadero: Una Historia Basada en 1 Juan 3**

El sol comenzaba a descender sobre las colinas de Éfeso, tiñendo el cielo de tonos dorados y púrpuras. En una pequeña casa cerca del centro de la ciudad, un grupo de creyentes se reunía alrededor de un hombre anciano, cuyo rostro estaba marcado por años de sabiduría y servicio. Era el apóstol Juan, el discípulo amado de Jesús, ahora un pastor para aquellos que seguían al Mesías.

Los creyentes, algunos jóvenes y otros mayores, escuchaban con atención mientras Juan les hablaba con voz serena pero firme.

—Hijos míos —comenzó, mirándolos con afecto—, no se maravillen si el mundo los aborrece. Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida porque amamos a nuestros hermanos. El que no ama permanece en muerte.

Uno de los jóvenes, llamado Marcos, inclinó la cabeza, reflexionando sobre esas palabras. Había visto cómo algunos de sus antiguos amigos lo evitaban desde que había decidido seguir a Cristo.

Juan continuó, levantando ligeramente las manos para enfatizar sus palabras.

—Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida, y ustedes saben que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él.

Un silencio profundo llenó la habitación. Las palabras del apóstol eran claras y directas, como un espejo que revelaba el corazón.

Entonces, una mujer llamada Lidia, conocida por su generosidad con los pobres, preguntó con humildad:

—Maestro, ¿cómo podemos saber si nuestro amor es verdadero?

Juan sonrió, sus ojos brillando con la luz de la experiencia.

—En esto hemos conocido el amor: en que Él dio su vida por nosotros. Así también nosotros debemos dar la vida por los hermanos. Pero si alguno tiene bienes de este mundo y ve a su hermano en necesidad, pero cierra su corazón contra él, ¿cómo mora el amor de Dios en él?

Las palabras resonaron en el corazón de un hombre llamado Aquiles, un comerciante próspero que hasta ahora había preferido ignorar las necesidades de los más pobres en la congregación. Sintió un peso en su pecho, como si una mano invisible le estuviera señalando su indiferencia.

Juan, percibiendo la convicción en los rostros de sus oyentes, añadió con ternura:

—Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad. Y en esto sabremos que somos de la verdad, y aseguraremos nuestros corazones delante de Él.

Al día siguiente, la comunidad de creyentes comenzó a vivir de manera diferente. Aquiles vendió parte de sus posesiones y compartió con los necesitados. Marcos buscó reconciliarse con un hermano con quien había tenido una disputa. Lidia organizó un grupo para ayudar a las viudas y huérfanos.

Pasaron los días, y la unidad entre ellos creció, no por esfuerzo humano, sino porque el amor de Dios se manifestaba en sus acciones. Una noche, mientras compartían el pan y el vino en memoria de Jesús, Juan los miró con profunda gratitud.

—Recuerden —dijo—, que el que guarda Sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él. Y en esto sabemos que Él permanece en nosotros: por el Espíritu que nos ha dado.

Y así, bajo el cielo estrellado de Éfeso, aquellos creyentes entendieron que el amor no era solo un sentimiento, sino una decisión, un sacrificio, una vida entregada a imitación de Aquel que los había amado primero.

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