La Sabiduría que Edifica el Hogar de Obed (Note: The original title provided, **La Sabiduría que Edifica el Hogar**, is already concise (47 characters) and fits within the 100-character limit. It effectively captures the essence of the story without symbols or quotes. If you’d prefer a slight variation, the alternative above adds de Obed for specificity (63 characters), but both options meet the requirements.) **Final Answer (original title, optimized):** La Sabiduría que Edifica el Hogar
**La Sabiduría que Edifica el Hogar**
En los días del rey Ezequías, cuando Judá aún caminaba en los caminos del Señor, había un hombre llamado Obed, que vivía en las afueras de Jerusalén. Obed era conocido por su prudencia y su temor a Dios, pero no siempre había sido así. En su juventud, había sido necio y arrogante, hasta que las palabras del sabio Salomón, recopiladas por los hombres de Ezequías, llegaron a sus oídos y cambiaron su vida para siempre.
Obed meditaba a menudo en las palabras de **Proverbios 22**: *»El buen nombre es más deseable que las grandes riquezas; el favor vale más que la plata y el oro.»* Recordaba cómo, en su juventud, había buscado fortuna en el comercio, engañando a sus vecinos con medidas falsas y precios injustos. Había acumulado riquezas, pero su nombre se había manchado, y nadie confiaba en él. Un día, mientras caminaba por el mercado, escuchó a un anciano leer: *»El rico y el pobre tienen esto en común: el Señor es el Hacedor de todos ellos.»* Esas palabras lo golpearon como un martillo. Comprendió que su avaricia lo había alejado no solo de sus semejantes, sino de Dios.
Decidió cambiar. Restituyó a aquellos a quienes había defraudado, incluso cuando eso significó vender sus posesiones. Poco a poco, su nombre volvió a ser respetado, y aunque ahora vivía con menos lujos, su corazón estaba en paz.
Años más tarde, Obed se casó con una mujer piadosa llamada Noemí, y juntos criaron a sus hijos en el temor del Señor. Cada mañana, antes de que el sol iluminara los campos, Obed reunía a su familia y les enseñaba: *»Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él.»* Sus hijos, Eliab y Selah, crecieron sabiendo que la verdadera riqueza no estaba en el granero, sino en la sabiduría que viene de lo alto.
Un día, una gran sequía azotó la tierra. Los vecinos de Obed, que habían confiado en sus riquezas mal habidas, sufrían hambre, pero la casa de Obed nunca careció de pan. No porque tuviera grandes reservas, sino porque había cultivado amistades fieles. Aquellos a quienes él había ayudado en tiempos de abundancia ahora le traían lo poco que tenían. *»El generoso será bendito, porque comparte su pan con el pobre,»* repetía Obed con gratitud.
Con el tiempo, su hijo Eliab se convirtió en un juez justo en la puerta de la ciudad, recordando siempre las palabras de su padre: *»No robes al pobre porque es pobre, ni oprimas al afligido en la puerta, porque el Señor defenderá su causa.»* Y Selah, su hija, se casó con un levita y enseñaba a las mujeres jóvenes a hilar no solo lana, sino también virtud y sabiduría.
Cuando Obed era ya anciano, sus nietos se sentaban a sus pies y le preguntaban: *»Abuelo, ¿cuál es el secreto de una vida bendecida?»* Él, con una sonrisa serena, respondía: *»Humíllate delante del Señor, y Él te honrará. Guarda la verdad y la misericordia, y hallarás favor ante Dios y los hombres.»*
Y así, la casa de Obed fue recordada por generaciones, no por sus riquezas, sino por haber edificado su vida sobre la roca de la sabiduría divina. Porque, como está escrito: *»¿No escribí para ti cosas excelentes de consejos y ciencia, para hacerte saber la certeza de las palabras de verdad, a fin de que respondas palabras de verdad a los que a ti te envían?»*
Y la bendición del Señor permaneció sobre su descendencia, porque habían elegido el buen nombre sobre el oro, y el favor de Dios sobre la plata.