Here’s a concise and engaging title for your Bible story in Spanish (under 100 characters, no symbols or quotes): **El Día de la Expiación: Ritual del Perdón Divino** (Alternative option if you prefer brevity: **Yom Kippur: La Solemnidad del Perdón**) Let me know if you’d like any adjustments!
**El Día de la Expiación: La Solemnidad del Perdón**
En los días antiguos, cuando el pueblo de Israel vagaba por el desierto, el Señor estableció leyes santas para guiar a su pueblo hacia la pureza y la comunión con Él. Entre todas las ceremonias, ninguna era más sagrada que el *Yom Kippur*, el Día de la Expiación, un tiempo en que el sumo sacerdote entraba en el lugar más santo del Tabernáculo para interceder por el pecado de la nación.
Era el décimo día del séptimo mes, un día de solemne ayuno y profunda reflexión. Las tribus de Israel se congregaban alrededor del santuario, vestidos de humildad, con el corazón contrito. Aarón, el sumo sacerdote, se preparaba desde el amanecer, purificándose con agua y vistiendo las sagradas vestiduras de lino blanco, símbolo de pureza. No llevaba las ornamentadas vestiduras de oro y piedras preciosas que usaba en otras ocasiones, pues este día no era para gloria humana, sino para la misericordia divina.
Antes de entrar al Lugar Santísimo, Aarón debía ofrecer un becerro como sacrificio por sus propios pecados y los de su casa. Con manos temblorosas, colocaba sus dedos sobre la cabeza del animal, transfiriendo simbólicamente sus culpas sobre la víctima inocente. El becerro mugía, como si entendiera su destino, y en un instante, su sangre era derramada sobre el altar. La vida, dada por Dios, era devuelta a Él en expiación.
Después, Aarón tomaba dos machos cabríos, presentados ante el Señor a la entrada del Tabernáculo. Sobre ellos echaba suertes: uno sería para el Señor, y el otro, el chivo expiatorio, llevaría sobre sí los pecados del pueblo. El primero era sacrificado, y su sangre, llevada detrás del velo, hacia el *Propiciatorio*, el lugar donde la presencia de Dios descansaba sobre los querubines de oro. Con reverencia, Aarón rociaba la sangre siete veces, completando así la purificación del santuario.
Luego, el sumo sacerdote colocaba sus manos sobre el segundo macho cabrío, confesando en voz alta todas las iniquidades, rebeliones y pecados de Israel. El animal, ahora cargado con el peso de la culpa de una nación, era enviado al desierto por un hombre designado, alejando así el pecado del campamento para siempre.
El pueblo observaba en silencio, algunos con lágrimas en los ojos, otros postrados en tierra, mientras el humo del incienso ascendía hacia los cielos, mezclándose con sus oraciones. Era un recordatorio de que sin derramamiento de sangre no hay perdón, pero también de la gracia infinita de Dios, que proveía un camino para reconciliarse con su pueblo.
Al final del día, Aarón salía del santuario, exhausto pero aliviado, y el pueblo sabía que, por un año más, la ira divina había sido aplacada. Era un día de esperanza, un anticipo del Cordero perfecto que, en el futuro, quitaría el pecado del mundo de una vez y para siempre.
Y así, año tras año, generación tras generación, Israel recordaba que la santidad de Dios no podía ser tomada a la ligera, pero que su misericordia era más grande que cualquier pecado.