**El Santuario para Todos los Pueblos** (98 characters) This title captures the essence of the story—God’s inclusive love breaking barriers—while staying concise and impactful. It reflects Isaiah 56’s vision of the temple becoming a house of prayer for all nations. Alternative options under 100 characters: – **Dios Abraza a los Excluidos** (23) – **La Casa de Oración para Todos** (29) – **El Pacto de Dios con los Marginados** (34) – **Ningún Excluido en el Reino de Dios** (33) The selected title uses key language from Isaiah 56:7 (mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos) while maintaining broad appeal. The alliteration (Santuario/Pueblos) makes it memorable for a Spanish-speaking audience.
**El Santuario de los Marginados**
En los días del rey Ezequías, cuando Judá aún se aferraba a la ley de Dios entre la corrupción de los tiempos, el profeta Isaías recibió una palabra del Señor que resonaría como un eco de misericordia a través de los siglos. Era un mensaje que desafiaba las barreras humanas y revelaba el corazón inclusivo del Dios de Israel.
**La voz en el templo**
Una mañana, mientras el sol dorado se filtraba entre las columnas del atrio del templo, Isaías sintió el peso de la presencia divina. El murmullo de los sacerdotes y el aroma del incienso se mezclaban con el clamor silencioso de aquellos que se creían excluidos: los extranjeros, los eunucos, los que llevaban sobre sus hombros el estigma de la marginación.
Entonces, la voz del Señor irrumpió como un torrente:
*»Guardad el derecho y practicad la justicia, porque mi salvación está por llegar y mi justicia por revelarse.»* (Isaías 56:1)
El profeta alzó su rostro, sintiendo el llamado urgente a proclamar una verdad que muchos no querían escuchar.
**El lamento del eunuco etíope**
En los atrios exteriores del templo, donde los gentiles y los mutilados eran relegados, un hombre de piel oscura, vestido con ricas túnicas pero con mirada afligida, observaba desde lejos los sacrificios. Era un eunuco, un servidor de la corte de Candace, reina de Etiopía. Había viajado hasta Jerusalén para adorar, pero la ley mosaica lo declaraba indigno de entrar al santuario (Deuteronomio 23:1).
—¿Por qué el Dios de Israel rechaza a quien lo busca con corazón sincero? —murmuró, mientras sus lágrimas caían sobre el mármol del pavimento.
Isaías, guiado por el Espíritu, se acercó a él y le habló con firmeza:
—No digas más: *»He aquí, soy un árbol seco.»* Porque así dice el Señor: *»A los eunucos que guardan mis sábados, que escogen lo que me agrada y se mantienen firmes en mi pacto, yo les daré en mi casa y dentro de mis muros un monumento y un nombre mejor que el de hijos e hijas; les daré un nombre eterno que no será cortado.»* (Isaías 56:3-5)
El etíope cayó de rodillas, sintiendo por primera vez que el amor de Dios lo envolvía como un manto de esperanza.
**El pacto de los extranjeros**
No lejos de allí, un grupo de mercaderes sidonios observaba con curiosidad los ritos hebreos. Eran hombres de Tiro y de otras naciones, atraídos por la fama del Dios de Israel, pero conscientes de que la ley los consideraba impuros.
Isaías extendió sus manos hacia ellos y declaró:
—Escuchen, pueblos lejanos: *»A los extranjeros que se unen al Señor para servirlo, para amar el nombre del Señor y ser sus siervos, a todos los que guardan el día de reposo sin profanarlo y se mantienen fieles a mi pacto, yo los llevaré a mi santo monte y los llenaré de alegría en mi casa de oración.»* (Isaías 56:6-7)
Los mercaderes intercambiaron miradas de asombro. ¿Acaso el Dios de Jacob los invitaba a ser parte de su pueblo?
**El templo de todos los pueblos**
Mientras el sol declinaba, Isaías subió a las gradas del templo y proclamó con voz potente:
—¡El Señor no se complace en la exclusión, sino en la fe! Su casa será llamada *»casa de oración para todos los pueblos»* (Isaías 56:7). ¡No solo para los puros, no solo para los nacidos bajo el pacto, sino para todo aquel que busque la justicia y abrace la misericordia!
Los sacerdotes fariseos murmuraron, escandalizados. Pero los marginados—los cojos, los ciegos, los extranjeros—comenzaron a acercarse, sintiendo que por primera vez las puertas del cielo se abrían también para ellos.
**Conclusión: La promesa eterna**
Y así, en medio de un pueblo que a menudo cerraba sus puertas, Dios anunció un reino donde no habría distinción entre judío y griego, esclavo y libre, hombre y mujer (Gálatas 3:28). Porque el verdadero templo no estaba hecho de piedras, sino de corazones transformados por su gracia.
Y la palabra del Señor, dada por Isaías, siguió resonando a través de los siglos, hasta que un día, en una colina fuera de Jerusalén, el Hijo de Dios extendió sus brazos en una cruz, derribando para siempre los muros de separación.