Biblia Sagrada

La Rebelión de Seba y la Sabiduría de Joab (Note: The original title provided fits within the 100-character limit and is already concise and clear. No symbols or quotes are present, so no further edits are needed.) Alternative option (if a shorter variation is preferred): La Traición de Seba y Joab (64 characters) Both options stay true to the story’s focus on rebellion and Joab’s cunning actions.

**La Rebelión de Seba y la Sabiduría de Joab**

En los días en que el rey David regresaba a Jerusalén tras sofocar la rebelión de su hijo Absalón, una nueva tormenta se cernía sobre Israel. Mientras el pueblo de Judá celebraba el regreso del monarca con cantos y alabanzas, los hombres de las demás tribus de Israel murmuraban entre sí, diciendo:

—¿Por qué nuestros hermanos de Judá se han llevado al rey como si solo fuera suyo? ¿Acaso no somos también parte de Israel?

Estas palabras, cargadas de envidia y resentimiento, encontraron eco en el corazón de un hombre perverso llamado Seba, hijo de Bicrí, de la tribu de Benjamín. Seba era un hombre astuto y de lengua afilada, y al ver la división entre las tribus, aprovechó para sembrar más discordia.

—¡No tenemos parte en David, ni herencia en el hijo de Isaí! —gritó con voz estridente, alzando sus manos ante una multitud de israelitas congregados—. ¡Que cada uno regrese a su tienda!

Y así, como en los días de la rebelión de Absalón, los corazones de los hombres de Israel se apartaron del rey David, siguiendo a Seba en su insensatez. Solo los hombres de Judá permanecieron fieles, acompañando a David hasta Jerusalén.

El rey, al enterarse de esta nueva traición, sintió un profundo pesar. Había escapado de la espada de su propio hijo, y ahora otro levantamiento amenazaba su reinado. Pero David no era un hombre que se dejara vencer fácilmente. Con determinación, llamó a Amasa, a quien había nombrado jefe del ejército en lugar de Joab, y le ordenó:

—Reúneme a todos los hombres de Judá en tres días, y preséntate aquí con ellos.

Amasa partió de inmediato, pero los días pasaron y no regresó. David, impaciente, comenzó a temer que la rebelión de Seba ganara fuerza. Fue entonces cuando llamó a Abisai, hermano de Joab, y le dijo:

—Ahora mismo, Seba hijo de Bicrí es más peligroso que Absalón. Toma a mis guerreros y persíguelo, no sea que encuentre ciudades fortificadas y escape de nuestras manos.

Abisai partió al frente de los hombres más valientes, incluyendo a los cereteos, peleteos y todos los veteranos de guerra. Pero entre ellos iba también Joab, el antiguo general, cuyo corazón ardía de celos por haber sido reemplazado por Amasa.

Mientras el ejército marchaba, encontraron a Amasa en el gran peñasco de Gabaón. Joab, vestido con su túnica militar y ceñido con una daga al costado, se acercó a él con aparente cordialidad.

—¿Te va bien, hermano mío? —le dijo Joab, tomando la barba de Amasa con una mano, como para besarlo.

Pero en un instante, con la traición más fría, Joab desenvainó su espada con la otra mano y hundió el acero en el vientre de Amasa, dejando que sus entrañas se derramaran en el suelo. Amasa cayó, bañado en su propia sangre, sin siquiera haber desenvainado su espada.

Los hombres de Joab se detuvieron, horrorizados ante el crimen. Uno de los soldados de Joab, viendo que la multitud se perturbaba, gritó:

—¡El que está con Joab y David, que siga a Joab!

Pero el cuerpo de Amasa yacía en medio del camino, y los soldados no podían pasar sin verlo. Entonces, uno de los hombres arrastró el cadáver a un campo cercano y lo cubrió con un manto, para que el ejército pudiera continuar su marcha sin distracciones.

Joab, ahora al mando de nuevo, condujo a las tropas en una implacable persecución contra Seba. El rebelde había logrado refugiarse en la ciudad de Abel de Bet-maaca, donde los habitantes, sin saber el peligro que se avecinaba, lo recibieron.

Cuando Joab y sus hombres llegaron a la ciudad, la rodearon y comenzaron a construir un terraplén contra la muralla, dispuestos a derribarla. Los habitantes, al ver el ejército de David listo para destruirlos, sintieron temor. Entonces, una mujer sabia se asomó desde la muralla y gritó:

—¡Escuchen, escuchen! Díganle a Joab que se acerque, que quiero hablar con él.

Joab, intrigado, se aproximó, y la mujer le dijo con sabiduría:

—Antiguamente se decía: ‘Que pregunten en Abel’, y así se resolvían los conflictos. Nosotros somos gente pacífica y fiel en Israel. ¿Por qué quieres destruir una ciudad que es madre en Israel? ¿Por qué devorar la herencia del Señor?

Joab, reconociendo la justicia de sus palabras, respondió:

—¡Lejos de mí destruirlos! Pero un hombre llamado Seba, hijo de Bicrí, ha levantado su mano contra el rey David. Entréguenlo a nosotros, y nos iremos en paz.

La mujer, comprendiendo la situación, aseguró:

—Su cabeza será lanzada sobre el muro.

Y así fue. Los habitantes de Abel convencieron a Seba, y una mujer cortó su cabeza y la arrojó a Joab desde la muralla. Al ver esto, Joab ordenó la retirada, haciendo sonar el cuerno de guerra. La rebelión había terminado.

Así, una vez más, la mano del Señor protegió a David, y la paz volvió a Israel. Joab regresó a Jerusalén, reinstalado como jefe del ejército, pero su crimen contra Amasa no sería olvidado. David, aunque agradecido por la victoria, sabía que la sangre inocente clamaba desde la tierra.

Y aunque los hombres olvidan, Dios no lo hace. Cada acto, cada traición, cada gota de sangre derramada en injusticia, queda registrado en los libros del cielo. Porque el Señor es juez justo, y tarde o temprano, toda obra secreta será revelada.

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