Here are a few title options in Spanish (under 100 characters each): 1. **La Fe del Centurión y la Compasión de Jesús** 2. **Milagros y Misericordia en Galilea** 3. **Jesús Sana, Resucita y Perdona** 4. **Encuentros con el Salvador** 5. **Fe que Transforma: Historias de Jesús** Let me know if you’d like any refinements!
**La Fe que Conmueve al Salvador**
El sol comenzaba a inclinarse sobre las colinas de Galilea, pintando el cielo con tonos dorados y púrpuras, cuando Jesús entró en la ciudad de Capernaúm. Las noticias de sus milagros y enseñanzas habían corrido como el viento por toda la región, y una multitud lo seguía con expectativa. Entre ellos había ancianos, madres con niños en brazos, pescadores de manos callosas y hasta recaudadores de impuestos que observaban desde lejos, esperando ver algo extraordinario.
Mientras Jesús enseñaba con autoridad, un grupo de hombres se abrió paso entre la gente. Eran los ancianos de los judíos, hombres respetados por su piedad y conocimiento de la Ley. Entre ellos caminaba un centurión romano, un hombre de mirada firme pero con una expresión de profunda preocupación. Su túnica militar y su espada contrastaban con la humildad de su actitud.
—Maestro —dijo uno de los ancianos, acercándose a Jesús—, este hombre es digno de que le concedas lo que pide, porque ama a nuestra nación y él mismo nos ha construido la sinagoga.
Jesús los miró con compasión y preguntó:
—¿Qué deseas que haga por ti?
El centurión bajó la cabeza un momento, como si luchara contra el orgullo que su posición militar le exigía. Cuando alzó los ojos, había en ellos una fe tan pura que hasta los discípulos se sorprendieron.
—Señor —dijo con voz firme pero temblorosa—, mi siervo está en casa gravemente enfermo, al borde de la muerte. No soy digno de que entres bajo mi techo, pero solo di la palabra, y mi siervo será sanado.
Un murmullo recorrió la multitud. ¿Un romano, un gentil, reconocía la autoridad de Jesús de esa manera?
El Maestro se volvió hacia los que lo seguían, su rostro iluminado por una sonrisa que reflejaba asombro y alegría.
—Les digo que ni siquiera en Israel he encontrado una fe tan grande —declaró con voz clara, resonando como un eco divino entre las piedras de las casas y los corazones de los presentes.
Los mensajeros del centurión partieron de inmediato. Cuando llegaron a la casa, encontraron al siervo completamente sano, como si nunca hubiera estado enfermo. La noticia se extendió como un reguero de aceite sobre agua, y muchos comenzaron a alabar a Dios por lo que había sucedido.
**La Viuda de Naín y la Compasión del Hijo de Dios**
Al día siguiente, Jesús y sus discípulos se dirigieron a una aldea llamada Naín. El camino serpenteaba entre colinas verdes y olivares que mecían sus ramas al ritmo de la brisa. A lo lejos, se escuchaban los lamentos de una procesión fúnebre.
Una viuda, vestida de luto, caminaba detrás del féretro que llevaba el cuerpo sin vida de su único hijo. Su dolor era tan palpable que hasta los discípulos sintieron un nudo en la garganta. La mujer no tenía ahora a nadie en el mundo, y en aquella sociedad, su futuro era incierto sin un hombre que la sostuviera.
Jesús, al verla, se conmovió profundamente.
—No llores —le dijo con una voz tan tierna que parecía detener el tiempo.
Luego, se acercó al féretro y puso su mano sobre él. Los que lo llevaban se detuvieron, y un silencio solemne cayó sobre todos.
—Joven, a ti te digo: ¡Levántate!
De inmediato, el muchacho se incorporó y comenzó a hablar. Jesús lo entregó a su madre, cuyas lágrimas de dolor se transformaron en lágrimas de alegría.
El temor se apoderó de la multitud, y muchos glorificaban a Dios, diciendo:
—¡Un gran profeta ha surgido entre nosotros! ¡Dios ha visitado a su pueblo!
**La Unción de la Pecadora**
Esa misma semana, un fariseo llamado Simón invitó a Jesús a cenar en su casa. Era un hombre de posición, y su mesa estaba llena de manjares selectos. Los sirvientes atendían con discreción, y los invitados, todos hombres de importancia, discutían sobre la Ley y los últimos acontecimientos.
Mientras Jesús estaba reclinado a la mesa, una mujer entró en la casa. Todos la reconocieron al instante: era una pecadora conocida en la ciudad. Llevaba en sus manos un frasco de alabastro lleno de perfume costoso. Sin decir palabra, se arrodilló detrás de Jesús y comenzó a llorar. Sus lágrimas cayeron sobre sus pies, y ella los secó con sus cabellos, besándolos y ungiéndolos con el perfume.
Simón, el fariseo, frunció el ceño y pensó para sí:
*Si este fuera un verdadero profeta, sabría qué clase de mujer lo está tocando.*
Jesús, conociendo sus pensamientos, se volvió hacia él.
—Simón, tengo algo que decirte.
—Dímelo, Maestro —respondió el fariseo, tratando de ocultar su incomodidad.
—Dos hombres debían dinero a cierto prestamista. Uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, les perdonó la deuda a ambos. ¿Cuál de ellos lo amará más?
Simón respondió con cautela:
—Supongo que aquel a quien le perdonó más.
—Has juzgado correctamente —dijo Jesús.
Luego, señalando a la mujer, continuó:
—¿Ves a esta mujer? Cuando entré en tu casa, no me diste agua para mis pies, pero ella los ha lavado con sus lágrimas y los ha secado con sus cabellos. No me diste el beso de saludo, pero ella, desde que entró, no ha dejado de besar mis pies. No ungiste mi cabeza con aceite, pero ella ha ungido mis pies con perfume. Por eso te digo que sus muchos pecados le han sido perdonados, porque ha amado mucho. Pero al que poco se le perdona, poco ama.
Luego, mirando a la mujer con ternura, le dijo:
—Tus pecados te son perdonados. Tu fe te ha salvado; ve en paz.
Los invitados murmuraban entre sí, preguntándose quién era este que hasta perdonaba pecados. Pero la mujer salió de allí con el corazón ligero, sabiendo que había encontrado no solo perdón, sino también una nueva vida.
Y así, en cada encuentro, Jesús revelaba el corazón misericordioso de Dios, desafiando las expectativas de los religiosos y tocando las vidas de los que se atrevían a creer en Él.