**La Historia del Joven Rico y el Camino a la Vida Eterna**
El sol comenzaba a declinar sobre las colinas de Judea, pintando el cielo con tonos dorados y púrpuras, cuando un joven de rostro angustiado se abrió paso entre la multitud que rodeaba a Jesús. Vestía finas túnicas bordadas, y en sus dedos brillaban anillos que delataban su riqueza. Sus ojos, llenos de anhelo, buscaban al Maestro con urgencia.
—Maestro bueno —dijo, arrodillándose ante Jesús con respeto—, ¿qué bien haré para tener la vida eterna?
Jesús, cuyos ojos reflejaban tanto amor como discernimiento, lo miró profundamente antes de responder:
—¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino sólo Dios. Mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos.
El joven, ansioso, preguntó:
—¿Cuáles?
—No matarás, no adulterarás, no hurtarás, no dirás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo —respondió Jesús con calma.
El rostro del joven se iluminó brevemente.
—Todo esto lo he guardado desde mi juventud. ¿Qué más me falta?
Jesús, conociendo el corazón del hombre, lo miró con compasión y dijo:
—Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme.
Las palabras del Maestro cayeron como una espada en el corazón del joven. Su semblante, antes esperanzado, se ensombreció. Miró a Jesús, luego a sus ropas costosas, y finalmente al suelo. La riqueza que había acumulado con tanto esfuerzo ahora se convertía en una cadena que lo ataba. Con un suspiro profundo, se levantó y se alejó lentamente, cabizbajo, porque tenía muchas posesiones.
Jesús, observando su partida, dijo a sus discípulos:
—De cierto os digo, que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos. Otra vez os digo: Más fácil es pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios.
Los discípulos, asombrados, se miraron entre sí.
—Entonces, ¿quién podrá ser salvo? —preguntó Pedro, confundido.
Jesús, fijando en ellos una mirada llena de certeza, respondió:
—Para los hombres esto es imposible, mas para Dios todo es posible.
Pedro, recordando todo lo que ellos habían dejado, dijo:
—He aquí, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. ¿Qué, pues, tendremos?
Jesús les aseguró:
—De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel. Y cualquiera que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o hijos, o tierras por mi nombre, recibirá cien veces más y heredará la vida eterna.
Luego, con una sonrisa sabia, añadió:
—Pero muchos primeros serán postreros, y postreros, primeros.
Mientras el sol se ocultaba y las sombras se alargaban, los discípulos meditaban en estas palabras. El joven rico ya no estaba entre ellos, pero su historia quedó grabada como un recordatorio eterno: el reino de Dios no se compra con riquezas, sino con un corazón entregado, dispuesto a seguir a Cristo sin reservas.
Y así, bajo el manto estrellado de Judea, Jesús y sus seguidores continuaron su camino, enseñando que la verdadera riqueza no está en lo que se posee, sino en Aquel a quien se sirve.