Biblia Sagrada

La Marcha Hacia la Libertad: Guiados por el Fuego Divino (96 caracteres)

**La Marcha Hacia la Libertad: Un Pueblo Guiado por el Fuego**

El sol apenas comenzaba a elevarse sobre el horizonte del desierto, pintando el cielo con tonos dorados y carmesí, cuando los israelitas, por fin, emprendieron su marcha hacia la libertad. Después de siglos de esclavitud en Egipto, el Señor los había liberado con mano poderosa, y ahora, bajo el mando de Moisés, avanzaban con paso firme hacia la tierra prometida.

Era el primer día de su viaje, y el aire estaba cargado de una mezcla de emoción y temor. Las familias llevaban consigo lo poco que tenían: sus hijos pequeños montados en burros, las mujeres cargando tinajas con agua y harina, y los hombres guiando los rebaños que el Señor había permitido que se llevaran de Egipto. Entre ellos, algunos ancianos caminaban lentamente, sus rostros marcados por los años de opresión, pero ahora iluminados por una esperanza que no habían conocido antes.

Moisés, con su vara en la mano y su corazón lleno de la presencia de Dios, se dirigió al pueblo con voz solemne:

—Acordaos de este día, el día en que salisteis de Egipto, de la casa de servidumbre. El Señor nos ha sacado de allí con mano fuerte, y por eso, de generación en generación, este mes será para vosotros el primero de los meses.

Las palabras de Moisés resonaron en el silencio del amanecer. Sabían que no era solo un viaje físico, sino un camino de fe. Dios les había ordenado consagrarle todo primogénito, tanto de hombre como de animal, como recordatorio perpetuo de cómo el Señor había pasado por encima de sus casas en Egipto, salvando a sus hijos mientras los primogénitos egipcios perecían.

—Cuando vuestros hijos os pregunten: «¿Qué significa este rito para vosotros?», les diréis: «Es el sacrificio de la Pascua del Señor, que pasó por encima de las casas de los hijos de Israel en Egipto, cuando hirió a los egipcios y libró nuestras casas».

Mientras avanzaban, la columna de nube que los había guiado desde que partieron de Ramsés se movía delante de ellos. Durante el día, era una nube blanca que los protegía del ardiente sol del desierto; pero al caer la noche, se transformaba en una columna de fuego, iluminando el camino con su resplandor sobrenatural. Era una señal visible de que el Señor estaba con ellos, que no los abandonaría en medio de la incertidumbre.

Los niños miraban con asombro el fuego que ardía sin consumirse, y las madres les susurraban al oído:

—Mirad, el Señor nos guía. Él es nuestra luz en la oscuridad.

Pero no todos caminaban con fe. Algunos, al mirar hacia atrás, añoraban las seguridades de Egipto, a pesar de su esclavitud.

—¿Adónde nos lleva Moisés? —murmuraban algunos entre dientes—. En Egipto al menos teníamos comida y techo.

Sin embargo, cada vez que la duda intentaba apoderarse de sus corazones, la columna de fuego brillaba con mayor intensidad, como recordándoles que el Dios que había partido el Mar Rojo no los dejaría perecer en el desierto.

Moisés, sabiendo que el camino sería largo, les recordó las palabras del Señor:

—No nos llevó por el camino de la tierra de los filisteos, aunque era más corto, porque dijo: «No sea que el pueblo se arrepienta al ver la guerra y quiera volver a Egipto».

Dios conocía la debilidad de sus corazones y los guiaba por un camino que los fortalecería, no por el más fácil.

Así, bajo la luz del fuego divino, los israelitas continuaron su marcha, cada paso un acto de fe, cada mirada hacia adelante una declaración de confianza en Aquel que los había redimido.

Y aunque el desierto era vasto y el futuro incierto, una promesa ardía en sus corazones con la misma intensidad que la columna de fuego: el Señor los llevaría a la tierra que fluía leche y miel, porque Él era fiel.

**Fin.**

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