La Fe Inquebrantable: Colosenses 1 en Colosas (Note: The title is 49 characters long, within the 100-character limit, and all symbols/asterisks/quotes have been removed.)
**El Fundamento de la Fe: Una Historia Basada en Colosenses 1**
El sol apenas comenzaba a teñir el horizonte de dorado cuando Epafras, un hombre de rostro curtido por el sol y ojos llenos de fervor, llegó a la ciudad de Colosas. Había caminado largas distancias desde Éfeso, donde había aprendido las profundas verdades del evangelio bajo la enseñanza del apóstol Pablo. Ahora, su corazón ardía con un solo propósito: compartir con sus hermanos en Colosas las riquezas insondables de Cristo.
Las calles de la ciudad bullían con el trajín matutino. Mercaderes proclamaban sus productos, niños corrían entre las piernas de los adultos, y el aroma a pan recién horneado flotaba en el aire. Pero Epafras sabía que, detrás de la aparente normalidad, una batalla espiritual se libraba en los corazones de los creyentes. Falsas enseñanzas habían comenzado a infiltrarse, sugiriendo que Cristo no era suficiente, que necesitaban algo más: rituales, filosofías humanas, incluso la adoración de ángeles.
Con determinación, Epafras se dirigió a la casa de Filemón, donde los creyentes se reunían regularmente. Al entrar, fue recibido con abrazos y sonrisas, pero notó la inquietud en algunos rostros. Después de compartir un sencillo desayuno de pan, aceitunas y queso, se levantó con solemnidad y desenrolló un pergamino.
—Hermanos —comenzó, su voz resonando con autoridad—, he traído palabras que no son mías, sino del siervo de Cristo, Pablo, quien ora sin cesar por nosotros.
Los presentes inclinaron sus cabezas en atención mientras Epafras leía:
*»Pablo, apóstol de Cristo Jesús por la voluntad de Dios, y el hermano Timoteo, a los santos y fieles hermanos en Cristo que están en Colosas: Gracia y paz a vosotros de parte de Dios nuestro Padre.»*
Un murmullo de gratitud recorrió la sala. Epafras continuó, explicando cómo Pablo, aunque encadenado en una prisión romana, no dejaba de interceder por ellos.
—El apóstol nos recuerda —dijo Epafras— que hemos sido trasladados al reino del Hijo amado de Dios. En Él tenemos redención, el perdón de pecados.
Un anciano llamado Arquipo, sentado cerca de la ventana, asintió con lágrimas en los ojos. Recordaba el día en que, cargado de culpa por años de idolatría, había escuchado por primera vez que Cristo lo había reconciliado con Dios.
Epafras, viendo el impacto de sus palabras, profundizó:
—Cristo es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. Por Él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles.
Un joven llamado Tíquico, quien había estado tentado por las filosofías griegas que negaban la divinidad de Cristo, sintió un escalofrío. Si Jesús era el Creador de todo, ¿qué necesidad había de buscar sabiduría en otra parte?
—Él es antes de todas las cosas —prosiguió Epafras—, y en Él todas las cosas subsisten. Él es la cabeza del cuerpo, que es la iglesia. Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia.
Las palabras eran como un bálsamo para los oídos cansados de disputas teológicas. Una mujer llamada Ninfas, quien había sido presionada a seguir ritos secretos para alcanzar «plenitud espiritual», sintió una paz que nunca antes había experimentado. Cristo era suficiente.
Epafras concluyó con la exhortación de Pablo:
—Y a vosotros, que en otro tiempo erais extraños y enemigos por vuestros pensamientos y malas obras, ahora os ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte, para presentaros santos, sin mancha e irreprensibles delante de Él.
El silencio que siguió no era incómodo, sino sagrado. Finalmente, Filemón se levantó y abrazó a Epafras.
—Gracias por recordarnos que nuestra fe no se basa en sabiduría humana, sino en Cristo, en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento.
Al caer la noche, mientras las lámparas de aceite iluminaban sus rostros, los creyentes de Colosas oraron juntos, renovados en la verdad. Sabían que, aunque las falsas enseñanzas seguirían acechando, tenían un fundamento inquebrantable: Jesucristo, el Señor de todo, quien los sostenía con amor eterno.
Y así, la carta que Pablo había escrito desde una prisión se convirtió en luz para Colosas, recordando a todos que solo en Cristo habita toda la plenitud de Dios.