Biblia Sagrada

Here’s a concise and engaging title within the character limit: **El Eterno Ciclo: Sabiduría de Eclesiastés 1** (Alternative option if you prefer a more poetic touch: **Todo es Vanidad: Reflexiones de Eclesiastés 1**) Both fit under 100 characters, avoid symbols/quotes, and capture the essence of the story. Let me know if you’d like any adjustments!

**El Ciclo Sin Fin: Una Reflexión sobre Eclesiastés 1**

Bajo el sol abrasador de Jerusalén, el anciano Sabio, conocido como *Qohélet* —el Predicador—, se sentó en el umbral de su casa, rodeado de rollos de pergamino y con la mirada perdida en el horizonte. Sus ojos, profundos como pozos de sabiduría, reflejaban el peso de los años y la fatiga de una vida dedicada a buscar sentido en todo lo que existe. Con un suspiro, tomó un cálamo y comenzó a escribir, dejando fluir las palabras que resonaban en su alma como un eco eterno:

*»¡Vanidad de vanidades, todo es vanidad!»*

El viento cálido acariciaba las hojas de los olivos cercanos, susurrando secretos que parecían repetirse desde el principio de los tiempos. Qohélet alzó la vista hacia el cielo, donde el sol, incansable, seguía su curso diario, subiendo con majestuosidad al amanecer y desvaneciéndose en el ocaso, solo para volver a comenzar al día siguiente.

—¿Qué provecho tiene el hombre de todo su trabajo con que se afana bajo el sol? —murmuró, mientras observaba a los mercaderes en las calles, cargando sus mercancías, regateando precios, sudando bajo el mismo calor que había agobiado a sus padres y a los padres de sus padres.

Generación tras generación, la tierra permanecía. Los ríos, como el Jordán, fluían sin cesar hacia el mar, pero el mar nunca se llenaba. Y aunque las aguas volvían a los manantiales, el ciclo continuaba, monótono, inalterable.

El Sabio recordó las palabras de los ancianos antes que él, las historias de reyes y campesinos, de sabios y necios. Todos habían caminado por la misma tierra, respirado el mismo aire, y al final, sus nombres se habían desvanecido como el rocío bajo el sol de la mañana.

—Lo que fue, eso será; lo que se hizo, eso se hará —reflexionó—. No hay nada nuevo bajo el sol.

Incluso los grandes inventos, las hazañas de la humanidad, no eran más que variaciones de lo ya visto. Los hombres se esforzaban por dejar su huella, pero el tiempo, como un río implacable, arrastraba sus obras al olvido.

Qohélet cerró los ojos, sintiendo el peso de esta verdad. La sabiduría, aunque valiosa, también traía dolor. Cuanto más conocimiento, más pesada era la carga de entender que todo era efímero.

—Porque en mucha sabiduría hay mucha aflicción —susurró—, y quien añade ciencia, añade dolor.

El sol comenzaba a descender, pintando el cielo de tonos dorados y púrpuras. En la distancia, se escuchaban las risas de los niños jugando, las voces de las mujeres en el mercado, el murmullo constante de la vida que seguía su curso.

Y así, el Predicador concluyó su reflexión, sabiendo que aunque el mundo parecía girar en círculos sin fin, había una verdad más profunda que solo aquellos que temían al Eterno podían comprender. Porque más allá del ciclo interminable de la vida bajo el sol, estaba Aquel que sostenía todas las cosas en Sus manos.

Y esa era la única certeza en un mundo de vanidades.

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