**El Triunfo de Mardoqueo y la Grandeza de Asuero**
En los días del poderoso rey Asuero, cuyo dominio se extendía desde la India hasta Etiopía sobre ciento veintisiete provincias, el nombre de Mardoqueo, el judío, se elevó como una luz en medio de las tinieblas. Tras los sucesos en los que la reina Ester, su prima, había arriesgado su vida para salvar a su pueblo de la destrucción maquinada por el malvado Amán, el favor de Dios se manifestó de manera poderosa.
El rey, reconociendo la sabiduría y lealtad de Mardoqueo, lo exaltó a un puesto de honor jamás antes concedido a otro en el reino. Lo vistieron con ropas de lino fino, bordadas con hilos de oro, y le colocaron una corona real sobre su cabeza. Su autoridad fue segunda solo después de la del rey, y su nombre se hizo célebre en todas las tierras. Los gobernadores de las provincias le rendían cuentas, y su influencia se extendía como un río de justicia que llevaba paz a los judíos esparcidos por el vasto imperio.
En las calles de Susa, la capital, el pueblo hablaba con admiración de Mardoqueo. Los mercaderes contaban cómo sus decisiones habían traído prosperidad al reino, y las madres enseñaban a sus hijos acerca de su valentía. En las sinagogas, los rabinos recordaban cómo la mano de Dios había obrado a través de él, cumpliendo así las promesas de protección para su pueblo.
Mardoqueo no olvidó sus raíces. Aunque ahora vivía en el esplendor del palacio, su corazón permanecía humilde ante el Señor. Cada mañana, antes de presentarse ante el rey, se inclinaba en oración, agradeciendo por la misericordia divina. Desde su posición, aseguró que los judíos pudieran vivir en paz, defendiendo sus derechos y recordándoles que, aunque estaban en tierra extranjera, el Dios de Israel nunca los abandonaría.
El rey Asuero, por su parte, consolidó su poder con Mardoqueo a su lado. Los anales del reino registraron sus hazañas y la grandeza de su reinado, pero entre todas sus conquistas, la más memorable fue haber permitido que la justicia prevaleciera cuando Ester intercedió por su pueblo.
Y así, bajo la sombra del Altísimo, el pueblo judío floreció, recordando siempre que, aunque los hombres planeen maldades, Dios obra en lo secreto para cumplir sus propósitos. La historia de Mardoqueo, elevado de siervo a salvador, quedó como testimonio eterno de que los humildes serán enaltecidos en el momento preciso, porque el Señor nunca duerme ni descuida a los suyos.
Y la paz reinó en el imperio, mientras el nombre del Dios de Israel era glorificado en todas las naciones.