Biblia Sagrada

Here’s a concise and engaging Spanish title for your Bible story (under 100 characters, no symbols or quotes): **El Decreto de Ciro: El Pueblo Regresa a Jerusalén** (96 characters, clean and clear!) Alternatives (shorter/longer variations): – **Ciro Ordena el Retorno a Jerusalén** (85 characters) – **El Edicto de Ciro y la Restauración de Jerusalén** (99 characters) Let me know if you’d like any adjustments!

**El Decreto de Ciro y el Retorno a Jerusalén**

En el primer año del reinado de Ciro, rey de Persia, algo extraordinario sucedió. El Señor, fiel a su palabra y misericordioso con su pueblo, movió el corazón del poderoso monarca para que se cumpliera la profecía anunciada por Jeremías décadas atrás. Era un tiempo de restauración, un tiempo en que los exiliados de Judá, dispersos en tierras lejanas, volverían a su hogar.

Ciro, aunque no conocía al Dios de Israel, sintió en su espíritu una inquietud divina. Una mañana, mientras el sol bañaba los jardines de su palacio en Babilonia, el rey convocó a sus escribas y les ordenó redactar un edicto que resonaría por todo su vasto imperio.

—Así dice Ciro, rey de Persia —dictó con voz solemne—: *El Señor, Dios de los cielos, me ha dado todos los reinos de la tierra y me ha encargado que le edifique una casa en Jerusalén, que está en Judá.*

Las palabras del decreto fueron escritas con tinta fina sobre pergaminos y copiadas en múltiples lenguas: arameo para los funcionarios, persa para los soldados y hebreo para los hijos de Israel. Mensajeros a caballo partieron hacia las provincias más lejanas, proclamando la noticia:

—¡Todo aquel que pertenezca al pueblo de Dios, que ascienda a Jerusalén y reconstruya el templo del Señor! ¡Que su Dios esté con él!

Entre las comunidades judías en Babilonia, el anuncio provocó un estremecimiento de esperanza. Hombres y mujeres, ancianos y niños, se reunieron en las plazas, leyendo y releyendo las palabras del rey. Algunos lloraron al recordar las promesas de sus padres, quienes les habían hablado de Sión, la ciudad amada, ahora en ruinas.

Un hombre llamado Sesbasar, príncipe de Judá y descendiente directo del rey David, fue nombrado líder de la caravana. Junto a él, se organizaron familias enteras: los descendientes de Judá, de Benjamín, de los sacerdotes y levitas. Con manos temblorosas, comenzaron a empacar sus pertenencias: ropas, herramientas, y lo más preciado de todo: los utensilios sagrados del templo que Nabucodonosor había robado décadas atrás.

Ciro mismo ordenó que se devolvieran los tesoros. Los sirvientes del rey abrieron las bóvedas reales y sacaron copas de oro, incensarios de plata, y los candelabros que alguna vez habían iluminado el lugar santísimo. Cada objeto fue contado y entregado a Sesbasar, con la bendición del monarca.

Finalmente, el día de la partida llegó. Una multitud se congregó en las afueras de Babilonia, bajo un cielo despejado que parecía sonreírles. Los carros estaban cargados, los animales listos, y los corazones llenos de una mezcla de alegría y temor reverente.

—El Señor nos llama de vuelta —murmuró un anciano, abrazando a su nieto—. Volvemos a la tierra que Él nos prometió.

Y así, con el favor de Dios y la autorización de un rey pagano, comenzó el regreso. Era el primer paso hacia la restauración, un cumplimiento de la fidelidad divina que jamás olvidarían.

**Fin.**

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