**Elías y la Viuda de Sarepta: Un Milagro de Fe y Providencia Divina**
En los días del rey Acab, quien gobernaba Israel con un corazón desviado hacia la idolatría, el profeta Elías de Tisbe surgió como un heraldo del Dios viviente. Acab, influenciado por su malvada esposa Jezabel, había llevado al pueblo a adorar a Baal, provocando la ira del Señor. Fue entonces cuando Elías, envuelto en el manto de su llamado divino, se presentó ante el rey y declaró con voz firme:
—¡Vive el Señor, Dios de Israel, a quien sirvo, que no habrá rocío ni lluvia en estos años, sino por mi palabra!
Y así fue. El cielo se cerró como un puño de hierro, y la tierra, antes fértil, se convirtió en un páramo sediento. Los arroyos se secaron, los campos se agrietaron bajo el sol inclemente, y el hambre comenzó a acechar a Israel.
### **El Refugio en el Arroyo Querit**
Pero Dios no abandonó a su siervo. Con ternura paternal, el Señor le habló a Elías:
—Vete de aquí, y vuélvete al oriente, y escóndete en el arroyo de Querit, que está frente al Jordán. Beberás del arroyo, y yo he mandado a los cuervos que te den allí de comer.
Obedeciendo sin cuestionar, Elías partió hacia el lugar señalado. El arroyo Querit era un pequeño hilo de agua que serpenteaba entre rocas áridas, un remanso en medio de la desolación. Allí, cada mañana y cada tarde, los cuervos llegaban con pan y carne en sus picos, cumpliendo el mandato divino con precisión sobrenatural. Elías bebía del arroyo y comía lo que las aves le traían, sostenido por la mano invisible de su Dios.
Pero con el paso de los meses, el arroyo también se secó, pues la sequía no perdonaba ni siquiera el escondite del profeta.
### **El Encuentro con la Viuda de Sarepta**
De nuevo, la voz del Señor resonó en el corazón de Elías:
—Levántate, vete a Sarepta de Sidón, y mora allí; he aquí yo he dado orden allí a una mujer viuda que te sustente.
Sarepta era una ciudad fenicia, tierra de Jezabel, donde Baal era adorado. ¿Por qué enviaría Dios a su profeta a territorio pagano? Elías no lo dudó. Con paso decidido, caminó hacia el norte, hasta encontrar las murallas de la ciudad.
Al llegar a la puerta, vio a una mujer recogiendo leña. Su rostro estaba marcado por el hambre y la desesperación, sus ropas eran harapientas, y sus manos, temblorosas. Elías, movido por el Espíritu, le dijo:
—Te ruego que me traigas un poco de agua en un vaso, para que beba.
Mientras ella iba a buscarla, él añadió:
—Te ruego también que me traigas un bocado de pan en tu mano.
La mujer se detuvo, y sus ojos se llenaron de lágrimas. Con voz quebrada, respondió:
—Vive el Señor tu Dios, que no tengo pan cocido; solo queda un puñado de harina en la tinaja y un poco de aceite en una vasija. Ahora estoy recogiendo un poco de leña para entrar y prepararlo para mí y para mi hijo, para que lo comamos y muramos.
Elías, con una serenidad que solo la fe puede dar, le dijo:
—No temas; ve, haz como has dicho; pero hazme a mí primero de ello una pequeña torta cocida debajo de la ceniza, y tráemela; y después harás para ti y para tu hijo. Porque así dice el Señor Dios de Israel: «La tinaja de harina no escaseará, ni la vasija de aceite menguará, hasta el día en que el Señor haga llover sobre la tierra».
### **El Milagro de la Harina y el Aceite**
La mujer, aunque atemorizada, sintió una chispa de esperanza. ¿Y si este hombre hablaba en nombre del verdadero Dios? Con manos temblorosas, tomó la última porción de harina, mezcló el aceite, y amasó una pequeña torta. La colocó sobre las brasas, y el aroma del pan llenó su humilde hogar.
Cuando entregó el pan a Elías, algo extraordinario sucedió. Al regresar a su tinaja, descubrió que aún quedaba harina. La vasija de aceite, que debería estar vacía, seguía llena. Día tras día, la provisión no se agotaba. Ni la tinaja ni la vasija dejaban de dar alimento.
Durante muchos meses, la viuda, su hijo y Elías comieron de aquel milagro constante. En medio de la hambruna, su casa se convirtió en un oasis de abundancia. La mujer, que una vez había aceptado la muerte como su destino, ahora veía la mano de Dios obrando en su vida.
### **La Prueba Final: La Muerte y Resurrección del Hijo**
Pero la fe de la viuda sería probada una vez más. Un día, su hijo cayó gravemente enfermo. Su respiración se detuvo, y su cuerpecito quedó sin vida. La mujer, desconsolada, corrió hacia Elías y gritó:
—¿Qué tengo que ver contigo, varón de Dios? ¿Has venido a mí para traer a memoria mis pecados y para matar a mi hijo?
Elías, con corazón compasivo, tomó al niño en sus brazos y lo llevó a la habitación superior donde él se hospedaba. Allí, clamó al Señor con angustia:
—¡Oh Señor, Dios mío! ¿También a esta viuda que me ha dado posada has afligido, haciendo morir a su hijo?
Luego, se tendió sobre el niño tres veces, invocando con fervor:
—¡Oh Señor, te ruego que el alma de este niño vuelva a él!
Y el Señor escuchó la voz de Elías. El niño estornudó siete veces, abrió los ojos y volvió a la vida. Elías lo tomó en sus brazos y lo llevó a su madre, diciendo:
—Mira, tu hijo vive.
La mujer, con lágrimas de gozo, cayó de rodillas y exclamó:
—¡Ahora conozco que tú eres varón de Dios, y que la palabra del Señor en tu boca es verdad!
### **Conclusión: La Fidelidad de Dios en Medio de la Sequía**
Así, en medio de la sequía y la desesperación, Dios demostró su poder. No solo sustentó a su profeta, sino que usó a una viuda pagana para mostrar su misericordia. La harina y el aceite no faltaron, y el hijo resucitó como testimonio de que el Dios de Israel es el Señor de la vida.
Y aunque la tierra seguía seca, aunque Acab y Jezabel continuaban en su maldad, Elías y la viuda de Sarepta vivieron bajo el cuidado divino, recordando que, incluso en los tiempos más oscuros, el Señor provee para los que confían en Él.
Y así, la historia de Elías y la viuda se convirtió en un faro de esperanza: cuando todo parece perdido, Dios aún tiene un milagro preparado.