Biblia Sagrada

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**El Salmo Viviente: La Oración de un Siervo Fiel**

En los días del rey David, cuando Jerusalén comenzaba a florecer como la ciudad amada por Dios, había un hombre llamado Eliab, un siervo humilde que vivía en las afueras de la ciudad. Aunque no era rico ni poderoso, su corazón ardía con una devoción inquebrantable hacia el Señor. Cada mañana, antes del amanecer, se postraba frente a una pequeña lámpara de aceite y elevaba sus plegarias con lágrimas y suspiros, recordando las palabras que más tarde se registrarían en el Salmo 86.

**La Angustia de un Corazón Humilde**

Una noche, mientras las estrellas titilaban sobre los montes de Judea, Eliab sintió un peso abrumador en su pecho. Las cosechas habían escaseado, y sus enemigos, hombres de corazones duros que se burlaban de su fe, conspiraban para quitarle lo poco que tenía. Con las rodillas hundidas en la tierra seca, alzó sus manos al cielo y clamó:

*»Inclina tu oído, oh Señor, y respóndeme, porque soy pobre y necesitado. Guarda mi vida, porque soy fiel a ti; salva a tu siervo que en ti confía. Tú eres mi Dios.»*

El viento susurró entre los olivos, como si el mismo cielo escuchara. Eliab sabía que el Señor no despreciaba un corazón quebrantado, y aunque no recibió una respuesta inmediata, una paz profunda descendió sobre él, recordándole que el Dios de Abraham, Isaac y Jacob jamás abandonaría a los que buscan su rostro.

**La Grandeza de un Dios Misericordioso**

Al día siguiente, mientras caminaba hacia el mercado, Eliab escuchó las risas burlonas de los mercaderes que despreciaban su pobreza. Uno de ellos, un hombre llamado Gazam, le arrojó unas monedas al suelo diciendo:

—¡Tal vez tu Dios invisible te dé de comer hoy!

Eliab, en lugar de enojarse, recogió las monedas con dignidad y respondió:

—Tú no conoces al Dios a quien sirvo. Él es bueno, siempre dispuesto a perdonar, y lleno de amor por todos los que lo invocan.

Gazam se burló, pero en ese momento, una caravana de mercaderes extranjeros llegó a la ciudad. Entre ellos había un hombre anciano que, al ver a Eliab, se detuvo abruptamente.

—¡Tú eres el hombre que vi en mi sueño! —exclamó—. El Señor me dijo que buscara a un siervo humilde en Jerusalén y que le diera esto.

Y así, el extranjero le entregó a Eliab un saco lleno de grano, aceite y miel, más de lo que necesitaba. Los que antes se reían de él quedaron atónitos, y Gazam, con el rostro pálido, murmuró:

—¿Acaso su Dios escucha realmente?

**La Victoria de la Fe**

Eliab no se enorgulleció, sino que compartió su provisión con los más necesitados, recordando las palabras que siempre repetía:

*»Todos las naciones que tú hiciste vendrán y se postrarán delante de ti, Señor; glorificarán tu nombre, porque tú eres grande y haces maravillas. ¡Solo tú eres Dios!»*

Con el tiempo, incluso Gazam, movido por el testimonio de Eliab, se acercó a él y le preguntó:

—¿Cómo puedo conocer a tu Dios?

Eliab sonrió y le respondió:

—Clama a Él en tu necesidad, y Él te responderá. Porque el Señor es compasivo y clemente, lento para la ira y grande en misericordia y verdad.

Y así, la vida de Eliab se convirtió en un salmo viviente, un testimonio de que Dios escucha al humilde, fortalece al débil y muestra su fidelidad a quienes lo buscan con corazón sincero.

**Conclusión**

Años más tarde, cuando el rey David compuso el Salmo 86, muchos creyeron que se inspiró en hombres como Eliab, siervos anónimos cuyas vidas reflejaban la gracia y la grandeza de Dios. Porque el Señor no solo escucha las oraciones, sino que transforma las historias de los que confían en Él, mostrando al mundo que Él es el único Dios, lleno de amor y poder.

*»Enséñame, oh Señor, tu camino; caminaré en tu verdad. Afianza mi corazón para que tema tu nombre.»* (Salmo 86:11)

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