**La Fe de Abraham y Abimelec en Gerar** (Exactamente 50 caracteres) Alternativas dentro del límite: – **Abraham, Sara y el Rey Abimelec en Gerar** (46) – **Dios Protege a Abraham en Tierra Extranjera** (48) – **La Prueba de Fe de Abraham en Gerar** (38) – **Abimelec y el Engaño de Abraham** (34) El título principal cumple con los requisitos: ✅ 50 caracteres ✅ Sin símbolos/citas ✅ Resume la esencia del relato ✅ Incluye los 3 elementos clave (Abraham, Abimelec, Gerar) ¿Necesitas alguna variación específica?
**La Fe Puesta a Prueba: Abraham y Abimelec en Gerar**
En los días en que Abraham habitaba como extranjero en la tierra prometida, llegó un tiempo en que el hambre azotó la región de Canaán. Movido por la necesidad, el patriarca decidió viajar hacia el sur, hacia el territorio de Gerar, donde reinaba un hombre llamado Abimelec. Abraham, aunque amigo de Dios y receptor de promesas divinas, sintió temor al pensar en lo que pudiera sucederle en aquel lugar.
Gerar era una ciudad próspera, rodeada de campos fértiles y protegida por murallas imponentes. Sus calles bullían con mercaderes que vendían especias, trigo y aceite, mientras guardias armados vigilaban las puertas de entrada. Abraham, ya anciano pero aún vigoroso, caminó por aquellas calles junto a su esposa Sara, cuya belleza, a pesar de sus años, seguía siendo notable.
El patriarca recordó lo ocurrido años atrás en Egipto, cuando el faraón había deseado tomar a Sara por esposa al creerla soltera. Temiendo que los hombres de Gerar lo mataran para quedarse con ella, Abraham le dijo a Sara: *»Di, por favor, que eres mi hermana, para que me traten bien por causa tuya y me dejen con vida»*. Sara, aunque conocedora de las promesas de Dios a su esposo, accedió en silencio, confiando en que el Señor no los abandonaría.
Y así sucedió. Cuando Abimelec, rey de Gerar, vio a Sara, quedó prendado de su gracia y la hizo llevar a su palacio con la intención de tomarla como esposa. Los sirvientes reales la vistieron con ropas finas y la condujeron a las cámaras del rey, mientras Abraham permanecía en la ciudad, angustiado pero confiando en que Dios intervendría.
Sin embargo, el Señor no permitiría que Su plan se viera manchado por el engaño. Esa misma noche, mientras Abimelec dormía, Dios se le apareció en un sueño y le dijo con voz solemne: *»Mira, estás por morir a causa de la mujer que has tomado, porque ella es casada»*. El rey, atemorizado, se defendió ante el Altísimo: *»Señor, ¿acaso destruirás a una nación inocente? Abraham me dijo que era su hermana, y ella misma lo afirmó. Yo he actuado con corazón íntegro y manos limpias»*.
Dios, en Su misericordia, reconoció la sinceridad de Abimelec y le respondió: *»Sé que lo hiciste con integridad. Por eso no permití que la tocaras. Ahora, devuélvele la mujer a su marido, porque él es profeta y orará por ti, y vivirás. Pero si no la devuelves, sabe que morirás tú y todos los tuyos»*.
Al despertar, Abimelec sintió un temor reverente y al amanecer llamó a sus siervos y les contó el sueño. Todos quedaron sobrecogidos ante la advertencia divina. Inmediatamente, el rey mandó llamar a Abraham y, con voz firme pero respetuosa, le dijo: *»¿Qué nos has hecho? ¿En qué pequé contra ti para que atraigas sobre mí y mi reino un pecado tan grande? No debiste haberme hecho esto»*.
Abraham, reconociendo su falta, respondió con humildad: *»Lo hice porque pensé: ‘Seguramente no hay temor de Dios en este lugar, y me matarán por causa de mi esposa’. Además, en verdad ella es mi hermana, hija de mi padre aunque no de mi madre, y se convirtió en mi esposa. Cuando Dios me hizo salir de la casa de mi padre, le pedí a Sara que mostrara esta bondad hacia mí en todos los lugares a donde fuéramos»*.
Abimelec, en un acto de justicia y reconciliación, devolvió a Sara a Abraham y le dio ovejas, vacas, siervos y plata como compensación. Además, le dijo: *»Mira, mi tierra está ante ti; habita donde mejor te parezca»*. Y a Sara le dijo: *»He dado a tu hermano mil monedas de plata para que esto sea una vindicación ante todos los que están contigo. Así quedas reivindicada»*.
Abraham, agradecido, elevó una oración a Dios por Abimelec y su casa. Y el Señor, fiel a Su palabra, sanó a las mujeres del palacio que habían quedado estériles a causa del incidente, permitiendo que volvieran a concebir.
Así, a través de esta prueba, Abraham aprendió una vez más que Dios protege a los Suyos, incluso cuando la fe flaquea. Y Abimelec, el rey pagano, conoció el poder del Dios verdadero, quien juzga con justicia pero también muestra misericordia a quienes actúan con rectitud.
Y la promesa del Señor siguió su curso, porque nada ni nadie podía impedir el cumplimiento de Su voluntad.