Biblia Sagrada

La viuda generosa y la sabiduría de Jesús (96 caracteres)

**La Viuda Generosa y los Sabios Engañados**

El sol caía sobre Jerusalén con una luz dorada que teñía las paredes del templo de un resplandor sagrado. Era el último día de la enseñanza pública de Jesús en aquel lugar santo, y una multitud se agolpaba en los atrios, ávida de escuchar sus palabras. Los líderes religiosos—fariseos, herodianos y saduceos—lo habían acosado con preguntas tramposas, intentando hacerlo caer en alguna contradicción. Pero él, con sabiduría divina, había respondido con tanta claridad que ya nadie se atrevía a interrogarlo.

Fue entonces cuando Jesús, sentado frente al arca de las ofrendas, observaba cómo la gente depositaba sus donativos. Muchos ricos llegaban con grandes bolsas de monedas, haciendo ostentación de sus riquezas, arrojando cantidades que resonaban fuertemente en los cofres de bronce. Sus túnicas bordadas y sus gestos altivos revelaban que daban no por amor, sino por ser vistos.

Entre ellos, avanzó con paso humilde una viuda anciana, vestida con ropas sencillas y desgastadas. Nadie la miró; nadie le dio importancia. Pero Jesús, cuyos ojos penetraban hasta lo más profundo del corazón, la vio acercarse. Con manos temblorosas, ella sacó dos pequeñas monedas de cobre, las más insignificantes de todas: dos leptones, que juntos no alcanzaban ni el valor de un cuadrante. Sin embargo, con un gesto lleno de devoción, las dejó caer en el arca con un suave tintineo que se perdió entre el ruido de las demás ofrendas.

Jesús entonces, conmovido, llamó a sus discípulos y les dijo:

—De cierto os digo que esta viuda pobre ha echado más que todos los que han echado en el arca. Porque todos han echado de lo que les sobra, pero ella, en su pobreza, ha dado todo lo que tenía, todo su sustento.

Sus palabras resonaron en el corazón de los discípulos, revelando una verdad profunda: Dios no mira la cantidad, sino el amor y la entrega con que se da.

**La Pregunta Sobre el Mandamiento Más Importante**

Mientras Jesús enseñaba, un escriba, que había escuchado sus respuestas sabias y llenas de autoridad, se acercó con sincero interés.

—Maestro, de todos los mandamientos, ¿cuál es el primero de todos?

Jesús, mirándolo con compasión, respondió:

—El primero es: «Oye, Israel, el Señor nuestro Dios, el Señor uno es. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas». Este es el principal mandamiento. Y el segundo es semejante: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». No hay otro mandamiento mayor que estos.

El escriba, asintiendo con admiración, respondió:

—Bien dicho, Maestro. Es verdad que amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.

Jesús, viendo que el hombre había hablado con entendimiento, le dijo:

—No estás lejos del reino de Dios.

Después de esto, nadie más se atrevió a hacerle preguntas, porque sus respuestas dejaban claro que su sabiduría no era de este mundo.

**La Advertencia Contra los Escribas**

Jesús, dirigiéndose a la multitud, les advirtió sobre la hipocresía de algunos líderes religiosos:

—Cuidaos de los escribas, que gustan de andar con largas vestiduras, de ser saludados en las plazas y de ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los lugares de honor en los banquetes. Devoran las casas de las viudas y, para disimular, hacen largas oraciones. Estos recibirán mayor condena.

Sus palabras eran una denuncia contra aquellos que usaban la religión para su propio beneficio, en lugar de servir con humildad.

**La Profecía sobre el Templo**

Mientras salían del templo, uno de sus discípulos, impresionado por la grandeza del edificio, exclamó:

—¡Maestro, mira qué piedras y qué construcciones!

Pero Jesús, con tristeza, respondió:

—¿Ves estos grandes edificios? No quedará piedra sobre piedra que no sea derribada.

Sus palabras eran un anuncio de la destrucción que vendría, no solo sobre el templo físico, sino sobre el viejo orden de cosas, preparando el camino para algo mayor: el reino de Dios, donde el amor verdadero y la entrega humilde, como la de la viuda, serían el fundamento eterno.

Y así, con enseñanzas profundas y advertencias solemnes, Jesús continuó su camino hacia la cruz, revelando el corazón del Padre a todos los que tenían oídos para oír.

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