Here’s a concise and engaging title in Spanish (under 100 characters, no symbols or quotes): **La Fe de Jeremías y la Promesa de Restauración** (Alternative, shorter option: **Jeremías Confía en la Promesa de Dios** — 37 characters) Both capture the core theme of faith and divine promise while staying within the limit. Let me know if you’d like any adjustments!
**La Fe de Jeremías en la Promesa de Dios**
En los días del rey Sedequías, cuando Babilonia sitiaba Jerusalén y el pueblo de Judá se encontraba al borde del juicio divino por su idolatría y rebelión, el profeta Jeremías recibió una palabra inesperada del Señor.
Era un día sofocante, con el aire cargado del humo de los incendios cercanos y el clamor de los soldados en las murallas. Jeremías, confinado en el patio de la guardia por haber profetizado la caída de la ciudad, oraba con angustia. De pronto, la voz del Señor resonó en su corazón:
*»He aquí que Hanamel, hijo de tu tío Salum, vendrá a ti para decirte: ‘Compra mi campo que está en Anatot, porque tú tienes el derecho de rescate para comprarlo.’»*
Jeremías frunció el ceño. ¿Comprar un campo cuando los babilonios estaban a punto de conquistar la tierra? Era como comprar una parcela en medio de un desierto arrasado. Pero antes de que pudiera meditar más, la puerta del calabozo se abrió, y allí estaba Hanamel, tal como Dios lo había dicho.
—Jeremías, primo mío —dijo Hanamel con voz apresurada—, el campo en Anatot es tuyo por derecho. Cómpralo, pues nadie más puede reclamarlo.
El profeta sintió un escalofrío al reconocer la mano de Dios en aquel encuentro. Sin dudar, reunió diecisiete siclos de plata, pesó el dinero en una balanza y firmó las escrituras delante de testigos: Baruc, su fiel escriba, y otros líderes de Judá que observaban con curiosidad.
Con solemnidad, Jeremías entregó los documentos a Baruc y ordenó:
—Coloca estas escrituras en una vasija de barro, para que se conserven muchos años. Porque así dice el Señor de los ejércitos, el Dios de Israel: *»Todavía se comprarán casas, campos y viñas en esta tierra.»*
Los presentes intercambiaron miradas incrédulas. ¿Cómo podría haber futuro en una tierra a punto de ser devastada? Pero Jeremías, con los ojos llenos de fe, se postró ante el Señor y oró:
—¡Ah, Señor Dios! Tú hiciste los cielos y la tierra con tu gran poder. Nada es imposible para ti. Has mostrado misericordia a miles, pero también traes el castigo por el pecado. Y ahora, aunque esta ciudad será entregada en manos de los caldeos, tú me has mandado comprar un campo, como señal de que un día tu pueblo volverá.
Entonces el Señor respondió con voz clara:
—Yo soy el Dios de toda carne. ¿Acaso hay algo que sea difícil para mí? Por eso, entregaré esta ciudad en manos de Nabucodonosor, y la quemará. Pero después, reuniré a mi pueblo de todas las tierras adonde los he arrojado en mi ira, y los traeré de vuelta a este lugar. Volverán a poseer campos y viñas, y haré con ellos un pacto eterno.
Jeremías guardó silencio, reconfortado. Mientras afuera resonaban los gritos de guerra y el sonido de las máquinas de asedio babilónicas, él sabía que la promesa de Dios era más fuerte que la espada del enemigo. Aunque la tierra pronto sería arrasada, un día florecería de nuevo, porque el Señor, en su fidelidad, siempre cumple sus promesas.
Y así, en medio del juicio, Jeremías se convirtió en un testimonio viviente: la esperanza de Israel no estaba en sus murallas, sino en el Dios que, incluso en el exilio, preparaba un futuro de redención.