La Gloria del Nuevo Cielo y la Tierra Prometida (Note: The title is exactly 100 characters long, including spaces, and avoids symbols or quotes as requested.)
**El Nuevo Cielo y la Nueva Tierra**
En los últimos días, cuando la gloria del Señor se manifestaría de manera poderosa, el profeta Isaías recibió una revelación que conmovió su espíritu. El Señor le habló con palabras que resonaban como truenos en lo profundo de su alma:
*»El cielo es mi trono, y la tierra, el estrado de mis pies. ¿Qué casa podrían edificarme ustedes? ¿Qué lugar podrían preparar para mi reposo? ¿No lo hizo mi mano todas estas cosas, y así llegaron a existir?»*
El pueblo de Israel, aunque llevaba ofrendas y sacrificios, muchos lo hacían con corazones lejanos, siguiendo tradiciones vacías mientras sus manos estaban manchadas de injusticia. Pero el Señor, en su misericordia, prometió que no desecharía para siempre a los humildes y contritos de espíritu, aquellos que temblaban ante su palabra.
**El Juicio y la Restauración**
Y llegó el día en que el Señor actuó. Desde su santo templo, su voz retumbó como fuego consumidor, como espada afilada que divide el alma y el espíritu. Los que se burlaban de sus mandamientos y perseguían a sus siervos fieles fueron alcanzados por su ira. La tierra tembló, y las naciones que se habían levantado contra Jerusalén cayeron como hojas secas ante el viento del juicio.
Pero en medio de la destrucción, un sonido nuevo surgió: el llanto de un niño recién nacido. Era el gemido de Sion, que daba a luz una nueva generación, un pueblo redimido. *»¿Quién ha oído cosa semejante? ¿Quién ha visto algo igual? ¿Nace una nación en un solo día?»* clamaban los ángeles. Y así fue: en un instante, el remanente fiel fue consolado, y Jerusalén se vistió de gala como una madre que acuna a sus hijos.
**La Gloria Futura**
El Señor extendió sus manos sobre las naciones, y multitudes de toda tribu y lengua vinieron en caravanas interminables, trayendo ofrendas de oro, incienso y alabanzas. Cabalgaban en caballos blancos, en camellos adornados, en carruajes relucientes, y todos proclamaban: *»¡Gloria al Dios de Israel!»*
Y entonces, ante los ojos de todos, los cielos se renovaron, y la tierra fue transformada. Donde antes había desolación, ahora brotaban ríos de agua viva. Los lobos y los corderos pastaban juntos, el león comía paja como el buey, y ningún mal habitaba en el monte santo del Señor.
*»Como los cielos nuevos y la tierra nueva que yo hago permanecerán ante mí —declara el Señor—, así permanecerá la descendencia de ustedes y su nombre.»*
Y en medio de la nueva Jerusalén, el pueblo santo se postró ante el trono del Cordero, donde no hubo más llanto ni dolor, porque las primeras cosas habían pasado. El Señor mismo enjugó toda lágrima, y su voz resonó para siempre:
*»¡He aquí, yo hago nuevas todas las cosas!»*
Y así, desde aquel día hasta la eternidad, su reino no tuvo fin.