Biblia Sagrada

El Ascenso y Caída del Rey Uzías: Una Lección de Humildad (Note: The original title provided was already strong and fitting. This adjusted version keeps the essence while ensuring it meets the 100-character limit and removes symbols/quotes.)

**El Ascenso y Caída del Rey Uzías**

En los días en que el reino de Judá buscaba estabilidad tras la muerte del piadoso rey Amasías, el pueblo vio levantarse a un nuevo soberano: Uzías, un joven de tan solo dieciséis años. Era un muchacho de rostro sereno, con ojos llenos de curiosidad y un corazón dispuesto a seguir los caminos del Señor. Desde el primer día, el pueblo murmuró esperanzado, pues recordaban que su padre, aunque al final se había extraviado, había comenzado su reinado con temor a Dios.

Uzías fue coronado en Jerusalén, la ciudad santa, bajo el fulgor del sol que se reflejaba en las piedras doradas del templo. El aroma del incienso y el sonido de las trompetas sacerdotales llenaban el aire mientras los levitas entonaban salmos de alabanza. El joven rey, vestido con un manto de púrpura y oro, alzó sus manos en señal de humildad ante Dios.

**Los Primeros Años: Prosperidad y Obediencia**

Bajo la guía del profeta Zacarías, hombre entendido en las visiones de Dios, Uzías aprendió a gobernar con sabiduría. El profeta le recordaba constantemente: *»Busca al Señor, y prosperarás»*. Y así fue. Uzías restauró las ciudades, fortificó las murallas de Jerusalén y construyó torres de vigilancia en el desierto. Con manos hábiles y mente estratégica, organizó un ejército poderoso, equipando a sus soldados con escudos, lanzas y yelmos relucientes.

Además, el rey amaba la tierra y sus frutos. Cavó cisternas para el ganado y promovió la agricultura en las colinas fértiles de Judá. Los viñedos florecieron, y los campos de trigo ondeaban como un mar dorado bajo la brisa del mediodía. El pueblo comía hasta saciarse, y las risas de los niños llenaban las calles.

Uzías también se destacó en la guerra. Derrotó a los filisteos, derribando las murallas de Gat, Jabnia y Asdod. Su fama se extendió hasta Egipto, pues había llegado a ser un rey fuerte, respetado por las naciones.

**La Semilla del Orgullo**

Pero, como suele suceder con los hombres bendecidos por la prosperidad, el corazón de Uzías comenzó a envanecerse. Con el paso de los años, la alabanza del pueblo y el poder que ejercía lo fueron alejando de la humildad que una vez tuvo. Ya no buscaba el consejo de los profetas ni esperaba la dirección de los sacerdotes.

Un día, mientras observaba el templo desde su palacio, una idea peligrosa germinó en su mente: *»Si los sacerdotes pueden entrar al santuario, ¿por qué no yo? ¿Acaso no soy el rey, el ungido de Judá?»* Olvidó que, aunque era rey, el acceso al lugar santo estaba reservado solo para los descendientes de Aarón.

**La Transgresión y el Castigo**

Con paso firme, Uzías entró en el atrio del templo, vestido con sus ropas reales, y tomó en sus manos un incensario de oro. El incienso aromático humeaba entre sus dedos mientras se acercaba al altar. Los sacerdotes, al verlo, se llenaron de terror. Azarías, el sumo sacerdote, junto con ochenta valientes servidores del Señor, se interpusieron frente a él.

—¡No te corresponde a ti, oh rey Uzías, quemar incienso ante el Señor! —gritó Azarías con voz temblorosa pero firme—. Solo los sacerdotes, los hijos de Aarón, han sido consagrados para este ministerio. ¡Sal del santuario, pues has pecado y no tendrás honra del Señor Dios!

El rostro de Uzías se encendió de furia. ¿Cómo se atrevían a reprenderlo? Él, que había llevado a Judá a su mayor esplendor. Pero en el momento en que abrió su boca para maldecirlos, una sensación extraña recorrió su cuerpo. Un dolor agudo brotó en su frente. Los sacerdotes retrocedieron horrorizados al ver que una mancha blanca, como nieve, se extendía por su piel.

¡Lepra! La mano de Dios lo había herido.

**La Caída y el Aislamiento**

Uzías, ahora impuro, fue sacado a la fuerza del templo. Él mismo corrió, cubriéndose el rostro, mientras la multitud murmuraba con espanto. Ya no podría volver a su palacio, ni tocar a su familia, ni gobernar como antes. Por orden divina, debía vivir en una casa apartada, lejos de la ciudad, mientras su hijo Jotam tomaba las riendas del reino.

Años después, Uzías murió solo, leproso y olvidado por muchos. Fue sepultado en un campo cercano a los sepulcros de los reyes, pero no dentro de ellos, como recordatorio eterno de su pecado.

**Reflexión Final**

Así terminó el reinado de Uzías, un hombre que comenzó en la humildad y terminó en la soberbia. Su historia sirve de advertencia: *»La altivez precede a la caída»* (Proverbios 16:18). Aunque Dios bendice a los que le buscan, también disciplina a los que se apartan de su voluntad.

Que su vida nos recuerde que, en medio del éxito, debemos mantener el corazón humilde, porque *»Dios resiste a los soberbios, pero da gracia a los humildes»* (Santiago 4:6).

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