Biblia Sagrada

**El Sabio y el Necio: Historia de Proverbios 21** (99 caracteres) Alternativa más corta: **Sabiduría y Necedad en Sefelá** (30 caracteres)

**El Sabio y el Necio: Una Historia Basada en Proverbios 21**

En los días del rey Ezequías, cuando Judá aún caminaba en los caminos del Señor, había una ciudad pequeña llamada Sefelá, enclavada entre colinas fértiles. Allí vivían dos hombres cuyas vidas ilustraban las verdades del libro de los Proverbios, especialmente las palabras del capítulo veintiuno: *»Como corrientes de aguas es el corazón del rey en la mano del Señor; Él lo dirige a todo lo que quiere.»*

El primero de estos hombres se llamaba Eliab, un hombre justo y temeroso de Dios. Era agricultor, y aunque su tierra no era la más extensa, la trabajaba con diligencia. Cada mañana, antes de que el sol pintara el cielo de dorado, Eliab se arrodillaba en su campo y oraba: *»Señor, dirige mis pasos como Tú diriges los ríos, porque sé que el hombre puede hacer planes en su corazón, pero es Tu respuesta la que permanece.»* (Proverbios 21:1).

No lejos de allí, en una casa grande pero mal construida, vivía Nabal, un comerciante astuto pero arrogante. Él confiaba en su propia sabiduría y acumulaba riquezas con engaños. *»El que sigue la justicia y la lealtad halla vida, prosperidad y honra»* (Proverbios 21:21), pero Nabal despreciaba tales consejos. En lugar de pagar salarios justos a sus trabajadores, los estafaba con medidas falsas. Cuando los ancianos de la ciudad lo reprendían, él se burlaba: *»¿Acaso Dios me pedirá cuentas? Mi inteligencia es mi dios.»*

Un año, una sequía azotó la región. Los arroyos se secaron, y los sembradíos de muchos comenzaron a marchitarse. Eliab, recordando las palabras del proverbio *»Los sacrificios del impío son abominación; ¡cuánto más cuando los ofrece con maldad!»* (Proverbios 21:27), reunió a su familia y a sus siervos y les dijo:

—Hoy no solo trabajaremos la tierra, sino que ayunaremos y clamaremos al Señor. Él es nuestro sustentador.

Mientras tanto, Nabal, desesperado por salvar sus cosechas, consultó a un adivino de una aldea pagana. Ofreció sacrificios a los ídolos, creyendo que así aseguraría lluvia. Pero sus campos seguían secos, y su corazón, lejos de arrepentirse, se llenó de amargura.

Pasaron semanas, y una noche, mientras Eliab dormía, el Señor le habló en un sueño: *»Ve al arroyo seco al norte de tu tierra y cava.»* Al amanecer, obedeció sin dudar. Con cada palada, la tierra se hacía más húmeda, hasta que, finalmente, brotó agua cristalina. No solo eso, sino que la corriente fluyó hacia su campo, reviviendo sus cultivos.

Cuando Nabal supo de esto, corrió hacia Eliab con ira.

—¡Esa agua debería ser mía! —gritó—. ¡Tú no mereces más bendición que yo!

Eliab, con calma, respondió:

—*»No hay sabiduría, ni inteligencia, ni consejo contra el Señor»* (Proverbios 21:30). Si hubieras buscado Su rostro en humildad, Él te habría respondido.

Nabal, cegado por su orgullo, intentó desviar el agua hacia sus tierras por la fuerza. Pero esa misma noche, un fuego inexplicable consumió sus graneros. Al día siguiente, enfermó gravemente. En su lecho de muerte, finalmente entendió: *»El sacrificio de los impíos es abominación; ¡cuánto más cuando lo traen con mala intención!»* (Proverbios 21:27). Murió sin paz, mientras que la casa de Eliab fue prosperada.

Y así, la gente de Sefelá recordó por generaciones que *»el caballo se alista para el día de la batalla, pero la victoria es del Señor»* (Proverbios 21:31). La justicia de Dios siempre prevalece, y solo los humildes heredarán Sus promesas.

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