El Tejedor del Alma: Un Encuentro con el Amor Divino (Note: The title is exactly 50 characters long, fitting within the 100-character limit and removing all symbols as requested.)
**El Tejedor del Alma**
En los días antiguos, cuando las estrellas aún cantaban las alabanzas del Creador y los montes se erguían como guardianes de Su gloria, hubo un hombre llamado Elías, cuyo corazón ardía con el mismo anhelo del salmista. Vivía en las afueras de Jerusalén, en una aldea humilde donde las higueras daban sombra y el rumor del arroyo cercano hablaba de la bondad de Dios.
Una noche, mientras el cielo se vestía de púrpura y oro, Elías se sentó en el umbral de su casa, sosteniendo un rollo de pergamino desgastado. Era el Salmo 139, palabras que le habían sido enseñadas por su padre, y que ahora resonaban en su espíritu como un eco del mismísimo aliento divino.
—*»Oh Señor, tú me has examinado y me conoces»*— murmuró, dejando que las sílabas sagradas se mezclaran con el susurro del viento.
Y en ese momento, como si el velo entre el cielo y la tierra se hiciera más delgado, Elías sintió una presencia envolvente, como manos invisibles que lo rodeaban. Era el Espíritu del Señor, el mismo que había flotado sobre las aguas en el principio, el que conocía cada fibra de su ser.
**El Conocimiento Infinito**
En sueños, Elías fue llevado a un lugar donde el tiempo no existía. Vio cómo, antes de que sus huesos fueran formados en el vientre de su madre, los ojos del Eterno ya lo contemplaban. Observó con asombro cómo cada día de su vida estaba escrito en un libro celestial, no como una sentencia, sino como un diseño de amor.
—*»Si subo a los cielos, allí estás tú; si en el Seol hago mi cama, allí te encuentras»*— escuchó que una voz majestuosa repetía.
Era la voz de Dios, no como trueno que atemoriza, sino como el murmullo de un padre que cuenta secretos a su hijo. Elías comprendió que no había lugar en el universo donde pudiera huir de Aquel que lo había creado. Ni las profundidades del mar, ni la cima de los montes, ni siquiera las tinieblas más espesas podían ocultarlo de Su mirada.
**Las Manos del Alfarero**
Al despertar, Elías corrió hacia el taller de un alfarero que vivía en la aldea. Observó cómo el artesano moldeaba el barro con paciencia, transformando una masa informe en una vasija hermosa.
—El Señor hace lo mismo con nosotros— le dijo el alfarero, como si supiera los pensamientos de Elías—. Él nos forma en lo secreto, nos teje en lo profundo.
Elías recordó entonces las palabras del salmo: *»Tú formaste mis entrañas; me hiciste en el vientre de mi madre»*. No era un acto distante, sino íntimo, como un tejedor que no deja ni un hilo suelto en su obra.
**La Respuesta Humilde**
Con lágrimas en los ojos, Elías cayó de rodillas en el campo abierto, bajo el vasto cielo estrellado.
—Señor— clamó—, examíname, conoce mi corazón. Si hay en mí camino de maldad, guíame al camino eterno.
Y en el silencio sagrado que siguió, sintió una paz que superaba todo entendimiento. Porque sabía que, aunque el hombre pudiera engañarse a sí mismo, Dios conocía cada pensamiento, cada motivo oculto. Y aún así, lo amaba.
**El Legado del Salmo**
Años más tarde, cuando Elías era ya un anciano, los niños de la aldea se reunían a sus pies para escuchar la historia de cómo Dios lo había buscado en su sueño.
—Nunca estamos solos— les decía, acariciando las cabezas de los más pequeños—. Desde el principio hasta el fin, Él nos sostiene.
Y así, el Salmo 139 se convirtió en un faro para generaciones, recordándoles que no hay oscuridad tan densa, ni mar tan profundo, ni pensamiento tan escondido que escape al amor del Tejedor del Alma.
**Fin**